Colmena
Alberto Ramírez Rivera
Si un gobierno llama a empresarios solidarizarse con la sociedad ante una crisis (por él creada) a no aumentar precios en productos y servicios, éstos aceptarán no hacerlo, pero durante un tiempo, luego sí los elevarán. Esto no es economía, es ideología.
Si en el mercado hay alzas en productos o servicios y el gobierno pide que la gente se abastezca de los mismos, ésta lo acepta por ignorar la ley de la oferta y la demanda. Esto no es economía, es ideología.
Si el precio del gas doméstico sube constantemente de precio y el gobierno es incapaz de frenar tal situación y, como medida para beneficiarse, crea su propio negocio del energético. Esto no es economía, es ideología.
Una ideología CON DOGMAS que tiene como base una política ruin, abusiva, rapaz, ignorante, mediocre y de engaña bobos.
Atrás de ello, hay un jefe del ejecutivo que no se compadece con el pueblo, porque la pobreza también es negocio. Con su falsa austeridad que proponen hay un proyecto político: la devaluación interna y la precarización del bienestar de las familias.
La receta del gobierno (porque todo lo hace con recetas) es decir a la sociedad que tal situación es insostenible y debemos aceptar recortes en prestaciones sociales y salarios, y que los ajustes deben de alcanzar a los sectores salud, educación e investigación.
En este marco, la política gubernamental incumple un principio científico incompatible con la economía como ciencia, y es contraria a los intereses de los mexicanos, aunque la mayoría no sea consciente de esto.
Desde luego que la austeridad conviene cuando trae consigo la estabilidad fiscal, acompañada con una economía sana. De otra manera, se eleva el gasto público improductivo y la crisis se vuelve más aguda.
Grupos de economistas mexicanos ya han manifestado su deseo de poner el pensamiento económico al servicio de los ciudadanos.
Ello, para poner fin al predominio de un gobierno populista que seduce y asfixia a los políticos.
Como es sabido, los principales responsables de la miseria en cualquier país son los políticos, militares, empresarios, sindicatos y jerarcas de la iglesia. Sin embargo, me referiré a los primeros.
Por lo menos en México, los políticos se han ganado a pulso la falta de credibilidad y el desprestigio. Ellos hemos llegado al extremo en que, si desean un cargo público de elección, deben jurar y perjurar que son buenos chicos, sin tacha alguna y tocados por el divino mesías.
“Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”, dicen cínicamente los mayores expertos del planeta en apropiarse del dinero ajeno. Claro que hay excepciones. No todos son canallas.
En el libro Fabricantes de Miseria, sus autores Plinio Apuleyo, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, cuestionan “¿Hay alguna forma de adecentar los gobiernos y de devolverle a la clase política la dignidad que ha perdido y que tanto necesita?”
“Sí, pero esto sólo ocurrirá cuando la sociedad civil sea lo suficientemente poderosa como para ofrecerles a las personas un mejor destino que el que brinde el sector público”, responden.
En los países del Primer Mundo -y ése es uno de sus síntomas más elocuentes- es mucho más rentable ser ejecutivo de una empresa solvente que diputado o funcionario.
“¿Quién, por ejemplo, pudiendo ser presidente o jefe de operaciones o director de marketing de General Motors o de Nestlé, aceptaría convertirse en un pobre y atribulado senador? Muy poca gente, por supuesto”, se concluye en la obra.
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