En la actualidad, como en la antigua Roma, esperamos ilusionados la llegada de las fechas que para muchos son las más alegres del calendario. Con el año que acaba nos preparamos para realizar los rituales de paso que desde pequeños hemos aprendido. Tengan un componente más sagrado o más profano para nosotros, estas ocasiones nos muestran que el tiempo pasa inexorablemente y que debemos disfrutarlo, mientras podamos.
Los romanos eran plenamente conscientes de estas ideas y ya reservaban sus festividades más queridas para el final de año aunque, seguramente, por motivos muy diferentes a los nuestros. Porque, dejémoslo claro, las saturnales romanas no proceden directamente de nuestra Navidad, aunque algunas costumbres, como iluminar las calles y el intercambio de regalos, permanecen.
La Navidad se celebra cada 25 de diciembre por la relación que tiene la fecha con el nacimiento del dios Sol Invicto, establecido de forma preeminente a partir del siglo III y contra quienes los cristianos lucharon propagandísticamente haciendo ver en Jesucristo al Sol de justicia que ilumina al mundo.
Esta celebración cristiana está atestiguada por primera vez en un manuscrito del año 336, aunque seguramente la nueva práctica se fue desarrollando desde comienzos del siglo IV por influencia de la tolerancia religiosa del emperador Constantino. La fecha de las saturnales, por su parte, no procede de ese renacimiento del dios Sol, el solsticio de invierno, o con cualquiera de los aspectos o cualidades de aquel dios.
Las saturnalia, celebradas el 17 de diciembre
Eran una festividad muy presente en el calendario religioso que conmemoraba el culto al dios Saturno. Él era uno de los grandes padres divinos de la civilización romana. Tanto era así que los propios romanos pensaban que había reinado sobre la cima del monte Capitolio siglos antes de que allí se establecieran ellos, la estirpe de Eneas el troyano.
Saturno, cuyo nombre provenía de sero, satus —sembrar—, era el dios que protegía las semillas recién esparcidas en los campos y que debían resistir el frío del invierno antes de comenzar a crecer. A Saturno se le pedía su protección de forma imperiosa; no olvidemos que la romana era una sociedad eminentemente agrícola, especialmente en sus orígenes.
Terminada la siembra de invierno —una estación que, según la noción romana, comenzaba a principios de noviembre—, los agricultores por fin podían descansar durante unas semanas del duro trabajo del campo. Precisamente por eso el inicio de las celebraciones saturnales era sinónimo en Roma del merecido descanso que llegaba, trayendo con él también la fiesta y la desinhibición propia de quien lleva todo el año trabajando duro y necesita un respiro.
Navidades en la Antigua Roma
En las familias, al menos en las bien avenidas, los hijos mandaban a sus padres y los esclavos eran servidos por sus amos. Todos se juntaban a celebrar la felicidad en banquetes que idealmente, según la virtud romana, no debían superar en comensales el número de las Musas —nueve— ni quedarse por detrás del de las Gracias —tres—. También se entregaban pequeños regalos, especialmente a los niños, en forma de figurillas de terracota conocidas como sigillaria, y se realizaban rifas de las que solían ser partícipes hasta los emperadores, ofreciendo grandes premios como diez libras de oro y también otros tan burlones como diez moscas.
Pero a los romanos un solo día de la fiesta más importante del año les sabía a poco. Especialmente a partir de la reforma juliana de su calendario, comenzaron a celebrar las saturnales entre los días 17 y 19 de diciembre, algo que oficializó el emperador Augusto. Aun así, con el paso de los siglos y de forma totalmente espontánea llegaron a alargarse incluso hasta el día 23, manteniendo la fiesta y las risas en las calles.
Sin embargo, no a todos gustaba la felicidad desmedida de las saturnales. Estas tuvieron entre sus mayores detractores a personajes tan importantes de la historia romana como Séneca o Plinio el joven. Pero mientras que el primero advertía duramente de los peligros de ceder a la locura colectiva y desmedida, el segundo, más sosegado, reconocía en una de sus cartas que abogaba por recluirse, alejándose del griterío para que: “…ni ellos molesten mis estudios ni mi actitud interrumpa su diversión”.
Las comidas, los regalos o la alegría
Llegados a este punto, seguro que todos podemos pensar en las posibles familiaridades que vemos desde nuestro presente en esta festividad. La Navidad actual tiene indudablemente componentes que podemos llegar a relacionar; como las comidas, los regalos o la alegría. Sin embargo, estos puntos comunes podríamos encontrarlos en muchas otras festividades romanas. Es solo el hecho de que las fechas de celebración de ambas festividades sean cercanas lo que nos induce a relacionar Navidad con saturnales.
También influye, indudablemente, su gran popularidad en el mundo romano. Aquella era tal que su celebración se mantuvo incluso durante los siglos V y VI, ya en una sociedad totalmente cristianizada, aunque despojada de su carácter más religioso y profundo.
La cultura de una sociedad no cambia de la noche a la mañana
Por lo que es posible que algunas de las tradiciones que se conservaron impregnaran algunos de los rituales y celebraciones cristianas, pero de una forma tan sutil y diluida que disipa el interés del morbo histórico.
Los romanos, tan diferentes a nosotros en algunas cosas pero tan parecidos en otras, siguen despertando pasión y curiosidad. Sus festividades nos llegan, aunque solo sea en forma de recuerdo, y nos permiten ver que hace 2.000 años vivieron personas normales con sueños, anhelos, ganas de disfrutar y de vivir. Por ellos sigamos viviendo nosotros, cueste lo que cueste, con ilusión. Brindemos juntos y digamos: io saturnalia!
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