La espiral de represión y violencia en la que ha entrado el presidente de Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, desde su pucherazo electoral del año pasado va camino de convertirse en un gravísimo problema geopolítico para la UE. Máxime cuando es evidente que el autócrata ya es poco más que un títere al servicio de la estrategia de hostilidades desplegada desde hace años por el presidente ruso, Vladímir Putin, contra el conjunto de la Unión y, muy en particular, contra los socios que comparten frontera con Rusia o Bielorrusia.
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