En estos días hemos vuelto a confirmar que en México las reglas no son las mismas para todos, pues resulta que la FIFA fue exenta del pago de impuestos en el próximo Mundial, mientras aquí en casa se nos informa que hasta los trabajadores con salario mínimo deberán pagar impuestos sobre su aguinaldo.
¿En qué momento se volvió pecado ganar honestamente un sueldo que apenas alcanza para cubrir lo básico?
Nos quieren hacer creer que estas medidas son necesarias porque “el Estado necesita recaudar más”. Pero, seamos sinceros, ¿de qué sirve pagar más si no vemos reflejado nada en nuestro entorno?
Si los impuestos se tradujeran en calles dignas, hospitales con medicamentos, escuelas equipadas o transporte eficiente, nadie se quejaría. Al contrario, muchos los pagaríamos con gusto porque sabríamos que el dinero regresa en el famoso “bienestar”.
Pero basta salir a caminar por nuestras colonias para notar lo contrario: calles sucias, baches que parecen cráteres, hospitales sin insumos, transporte caro y deficiente, inseguridad desbordada y un sistema de justicia rebasado. Entonces, ¿a dónde va todo ese dinero que se recauda?
Mientras tanto, la FIFA —una organización privada que mueve miles de millones de dólares— tiene el privilegio de no pagar un solo peso en impuestos. El discurso de “primero los pobres” parece olvidarse cuando se trata de las grandes corporaciones internacionales.
Y lo más indignante es que el gobierno lo justifica, diciendo que es “una inversión para la imagen del país”.
¿Imagen? Lo que necesitamos no es una foto bonita para el extranjero, sino una nación que funcione, que respete a sus ciudadanos y que trate con dignidad a los que trabajamos día a día.
Por si fuera poco, el escenario político no se queda atrás. Ahora la Nueva Corte de Justicia de la Nación electa por voto popular pretende revisar y revocar fallos de ministros anteriores, incluyendo sentencias sobre amparos en contra de reformas constitucionales.
Esto no solo es preocupante, es un golpe directo a la independencia judicial.
¿Se imaginan el caos si cada nuevo grupo en el poder decide “corregir” lo que hicieron sus antecesores según su conveniencia?
El Estado de Derecho se convierte en un juego del poder, y la justicia deja de ser un pilar para transformarse en un instrumento meramente político.
Y ahora mientras los poderes se disputan el control, el campo mexicano sigue abandonado.
Los productores tuvieron que salir nuevamente a las calles de la capital para exigir lo que el gobierno prometió desde hace años: apoyo real al campo mexicano.
Porque una cosa es dar discursos en campaña diciendo que la 4T era “pro campo”, y otra muy distinta es mantener a los campesinos sobreviviendo sin apoyos, sin precios justos y sin programas de respaldo.
Hoy por hoy, sembrar en México es un acto de fe, no de política pública.
Como si todo esto no bastara, esta semana nos estremeció el cobarde asesinato del alcalde de Uruapan, Michoacán, durante un evento público.
Una tragedia más que nos recuerda el tamaño del problema de inseguridad que padecemos.
Las cifras ya ni sorprenden; lo verdaderamente alarmante es la normalización del miedo.
Cada vez que cae un alcalde, un periodista o un ciudadano inocente, el gobierno responde con frases huecas, promesas recicladas o bien, culpando al pasado.
Pero la realidad es que México duele, y duele porque cada vez sentimos que el Estado está más lejos del pueblo.
Y no se trata de criticar por criticar. Se trata de hacerle ver a este gobierno que estamos peor que antes, que su narrativa de “cambio verdadero” se desmorona ante la evidencia.
Porque si los actuales gobernantes siguieran siendo oposición, ya estarían en las calles gritando, protestando y señalando cada uno de los abusos que hoy cometen ellos mismos.
Los pretextos de nuestra presidenta ya suenan más a burla que a explicación.
Decir que “todo es culpa del pasado” ya no convence a nadie.
Los mexicanos no queremos excusas, queremos resultados, repito: hospitales con medicinas, calles sin baches y limpias, un campo productivo y seguro, empleos dignos y un gobierno que no castigue al que menos tiene mientras protege al que más gana.
Porque justicia ciudadana no es solo hablar de leyes o tribunales, es exigir un país donde la carga no siempre caiga sobre los mismos hombros.
Un país donde el esfuerzo del trabajador valga tanto como los privilegios del poderoso.
Y mientras eso no ocurra, la verdadera justicia seguirá siendo el sueño pendiente de millones de mexicanos, pues la justicia no solo es teoría, es vida cotidiana
