El ser humano, a pesar de su evolución tecnológica, sigue siendo un animal. No importa si hemos desarrollado ciertas habilidades que nos hacen excepcionales en comparación con otros animales, ya que muchas de nuestras reacciones y comportamientos tienen su explicación en nuestro instinto. Esto no es necesariamente algo negativo, sino simplemente una realidad innegable que a menudo pasa por alto.
De hecho, analizando nuestra naturaleza como animales, podemos comprender mucho mejor nuestra propia conducta. Descubrimos que nuestras conductas violentas o nuestros deseos de poder o dominación sobre otros suelen estar arraigados en la lucha por la supervivencia, un instinto que podemos encontrar también en otros animales.
Además, muchos de los aspectos de nuestra vida moderna todavía están condicionados por los patrones de comportamiento de nuestros antepasados más lejanos; por ejemplo, nuestra capacidad de establecer conexiones emocionales con otra persona todavía se construye sobre la base de la necesidad de formar vínculos para protegernos individual y colectivamente contra peligros externos.
Del mismo modo, nuestras creencias y valores pueden también tener un origen puramente animal, ya que a menudo se basan en las experiencias y necesidades que han sido aprendidas por nuestros antepasados y transmitidas a través de generaciones. Como animales, estamos imprimidos por las experiencias de nuestra especie y estamos organizados en consecuencia.
No obstante, la comprensión y exploración de nuestra naturaleza animal es fundamental para abrazar nuestra humanidad plenamente. Aceptar esa parte animal de nosotros mismos, no solo nos permite entendernos mejor, sino también nos permite experimentar y expresar plenamente nuestra humanidad. En última instancia, nuestra naturaleza animal no es algo negativo, sino algo que nos hace quienes somos y merecer ser celebrados como tal.
En conclusión, el hecho de que el ser humano sea un animal no debería limitar nuestra capacidad de expresión y de realización, sino que debería ser visto como un rasgo esencial de nuestra personalidad a aceptar y comprender. En lugar de separarse de nuestros instintos animales, podríamos aprender a controlarlos, usarlos de una manera que enriquezca nuestra experiencia humana y, por lo tanto, nos haga verdaderamente humanos.
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