El campo base del Everest, en su vertiente sur o de Nepal, es una burbuja… de miedo. Se teme al coronavirus y, de rebote, una posible evacuación forzosa del lugar decretada por el Gobierno local, lo que supondría la cancelación de la temporada. Las autoridades niegan que haya un brote infeccioso en el campo base, a los pies de la codiciada montaña, pero varios expedicionarios narran un goteo de evacuaciones en helicóptero de enfermos.
El pasado 15 de abril el noruego Erlend Ness fue el primero en desistir vía aérea el lugar para ser trasladado a un hospital de Katmandú, donde se confirmó que sus problemas respiratorios no tenían tanto que ver con la altitud como con el resultado positivo en covid-19.
Información
Desde entonces, el alpinista polaco Pawel Michalski asegura que no menos de 30 personas han seguido los pasos del noruego. Y la paranoia se ha instalado en un campo base que reúne, según las estimaciones oficiales, a 1.500 personas: 400 alpinistas foráneos y más de un millar de trabajadores de la montaña, cocineros, oficiales de enlace y porteadores. Eso sí, la inmensa mayoría sigue en sus trece, cruzando los dedos para poder subir, unos, y trabajar, el resto.
Las tiendas de campaña individuales y las tiendas comedor se diseminan sobre la morrena del glaciar formando un colorido conjunto de unos dos kilómetros de largo. A los pies de una montaña de 8.000 metros, los tiempos de parón superan con creces los periodos de actividad. La espera tras cada incursión de aclimatación, y frente a los momentos de buen tiempo, solía mitigarse con una generosa vida social: una itinerancia de tienda en tienda, de comida en comida, café a café, juegos de mesa, paseos tranquilos… Nada de esto ocurre ahora.
En el paroxismo de lo anómalo, cada expedición ha vallado con cuerdas su espacio para impedir visitas peligrosas y las autoridades médicas presentes en el lugar han prohibido cualquier interacción social entre expediciones. Es la burbuja dentro de la burbuja.
El alpinista alemán David Goettler es uno de los contadísimos aspirantes a escalar el Everest sin ayuda de oxígeno artificial. “No me relaciono con nadie, estoy todo el tiempo solo, ya sea en la montaña o en mi tienda”, explica por teléfono. “Procuro entrenarme lejos del campo base, pero lo cierto es que no sé todavía si voy a poder escalar, ni qué ruta voy a intentar. Estamos a la espera”, reconoce.
Incidencia sin control
La incidencia del virus en Nepal se ha disparado estas últimas semanas, dado que, fronterizo con la India, ha recibido grandes cantidades de turistas vecinos justo cuando la pandemia se ha descontrolado de forma dramática. Katmandú ha reforzado y endurecido las medidas de seguridad, cerrando su aeropuerto tanto a vuelos locales como internacionales, si bien la situación sanitaria se degrada a marchas forzadas y algunas voces incluso critican la existencia de ingentes cantidades de oxígeno embotellado listo para ser empleado por los montañeros en el Everest.
Muchas voces han criticado la laxitud de estas medidas en la montaña, donde en muchos casos el respeto a las indicaciones de protección brillan por su ausencia: ni mascarillas, ni distancia de seguridad. Ante el temor a una clausura de la montaña, los trabajadores de la etnia sherpa encargados de equiparla trabajan contra el cronómetro para fijar toda la cuerda necesaria y permitir un primer intento para sus clientes. Para acelerar el proceso, todas las bobinas de cuerda fija fueron colocadas por un helicóptero en el campo 2, por encima de la peligrosa cascada del Khumbu.
La nota precedente contiene información del siguiente origen y de nuestra área de redacción.