El espantajo de Estados Unidos no suele fallar en Francia. Desde la Guerra Fría, una parte de la izquierda ha designado al imperialismo estadounidense como causa de todos los males. Sucede en muchos terrenos: desde McDonald’s a Amazon, muchos franceses han acusado a las multinacionales estadounidenses de destruir la alimentación local o los comercios autóctonos, aunque después consumiesen con pasión las hamburguesas de la cadena de comida rápida o comprasen compulsivamente en el supermercado en línea.
Las guerras culturales británicas se disputan sobre los pedestales
Francia siempre ha mirado con recelo y a la vez fascinación todo lo que venía de EE UU. Ahora, el Gobierno francés y una parte de la élite intelectual señalan a la potencia del otro lado del Atlántico como origen de conceptos supuestamente extraños a la cultura y la tradición propia. Planteamientos que contribuyen a sembrar cizaña entre los franceses, y alimentan ideologías destructivas.
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El pasado octubre, durante el discurso en el que presentó su plan para combatir lo que llamó el “separatismo islamista”, el presidente Emmanuel Macron criticó “ciertas teorías en las ciencias sociales totalmente importadas de Estados Unidos”. Macron aludía, sin citarlas, a las teorías sobre la raza y el género que en las últimas décadas han proliferado en la otra orilla del Atlántico y han marcado movimientos como el Black Lives Matter, contra la violencia policial que golpea a los ciudadanos negros, o el feminismo del movimiento Me Too.
El reproche es doble. Primero, que estas teorías trasladan artificialmente a Francia agravios específicos de la sociedad estadounidense, como el racismo tras siglos de esclavitud, segregación y discriminación. Y segundo, que este enfoque choca con los principios de una República que no admite las diferencias de raza y consagra la igualdad entre los ciudadanos, no las comunidades.