El año 2003, poco después de recibir la Medalla de la National Book Foundation, algo que enervó sobremanera al puntilloso Harold Bloom, Stephen King sufrió una neumonía que casi se lo llevó a la tumba. Cuatro años antes le había atropellado una furgoneta y sus pulmones se habían llevado la peor parte, lo que agravó el problema. Durante el tiempo que pasó en el hospital, su mujer, Tabitha, aprovechó para pintar su despacho. Al regresar, el escritor se encontró con sus libros y papeles en cajas y algo se disparó en su mente. ¿No tendría ese aspecto su despacho si él hubiera muerto y su mujer estuviese poniendo orden en su legado? Así fue cómo nació La historia de Lisey, la novela que, de una deliciosa y kubrickiana manera, el propio King adapta, dirigido por el chileno Pablo Larraín (Jackie, Ema), para Apple TV+, con Julianne Moore y Clive Owen —adecuadísimos ambos— en el papel del famoso escritor muerto Scott Landon, y su mujer, Lisey.
El reto de llevar —él mismo— a la pequeña pantalla la novela que le dedicó a su mujer, y que contiene una infinidad de detalles de su propia convivencia —La historia de Lisey es, entre otras muchas cosas, el libro de memorias sobre su matrimonio que nunca escribirá—, era mayúsculo. Para empezar, como ocurre en otros clásicos de King, hay un único personaje dirigiendo la acción y es un personaje que habla solo —y al que un fantasma le deja pistas— y cuyo mundo interior, como ocurre en el caso de ese soberbio ejercicio de estilo y tensión que fue El juego de Gerald, se despliega en un caleidoscopio de jugosos a la par que macabros recuerdos —Langdon se trasladaba, vivo, a otro mundo a visionar sus historias, y es un mundo en el que hay, por ejemplo, monstruos enormes formados por cientos de miles de personas—. Y el tiempo no existe. Es decir, existe pero no tiene el aspecto que tiene normalmente.
En la novela, la Lisey de 1988 convive con la de 2006 y la historia viaja de un tiempo a otro en una línea. Lo valiente y ambicioso de la adaptación, una adaptación que tiene más de El visitante —no en vano es obra de Richard Price— que de todo lo que se ha visto de King en televisión antes —y después: The Stand no puede evitar oler a teleserie del montón—, es que se atreve a construir ese mundo de infinitas capas en el que vive atrapada la viuda del escritor sin miedo a resultar críptico. Porque sí, Landon ha muerto. Iba a inaugurar la construcción de una biblioteca cuando alguien le disparó. Ese alguien le dijo que le había robado sus historias. He aquí dos temas recurrentes de la obra de King. Y es que La historia de Lisey es también un contenedor de casi su universo al completo. Tal vez por eso, el escritor ha decidido no soltar las riendas esta vez y no dejar en manos de otro el guion de una historia en la que se ve a sí mismo desde el otro lado.
Porque King ha escrito mucho sobre el oficio de escribir. Entre los protagonistas de sus novelas, abundan los escritores, pero aquí se centra en lo complicado de estar casada con uno. Y no uno cualquiera. Uno famosísimo. Uno que, como él, despierta pasiones entre un montón de chiflados. El fantasma de su encuentro con el asesino de John Lennon —que dio lugar a Misery— sobrevuela más la miniserie que la novela, y centra en un tormentoso lector, Jim —un excelente y aterrador Dane DeHaan— la amenaza real de la protagonista. Jim es una especie de Annie Wilkes —la terrorífica fan de Misery— en busca de inéditos, y dispuesto a cualquier cosa por conseguirlos. También está ahí la cita de la pareja que dio lugar a El resplandor —una noche solos en un hotel de montaña— y por supuesto, las cuatro hermanas de Tabitha —aquí solo dos—. No ellas, sino la relación que el escritor ha observado entre ellas durante años.