El piso de la señora Jovita reluce como si afuera no lloviera a cántaros y a la casa no se llegara por un camino embarrado. Preparada con esmero, en la sala pintada de rosa hay una mesa larga y estrecha, un altar esquinado con la virgen de Guadalupe y nada más. Las sillas las manda a buscar para recibir a las visitas.
A Jovita Núñez, trabajadora en una maquila, se le agotó pronto el dinero necesario para ir a visitar a su hijo pequeño a la cárcel de Texcoco, en el Estado de México, pero no descansó hasta que lo vio libre. Uriel, de 24 años, pasó nueve meses en prisión acusado de dañar una sandía y tratar de robar 180 pesos, unos nueve dólares. Acaba de salir con una amnistía gracias a la lucha incansable de su madre.
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Uriel Núñez, que es alto y flaco y el acné todavía le marca la piel, fue arrestado por una patrulla en San Salvador Atenco, un pequeño pueblo en los confines del área metropolitana de Ciudad de México. Era el 5 de octubre de 2020. Ese día, el chico había deshierbado un campo de su tío, se había puesto “bien borracho”, había deambulado por las calles con un machete que es casi un símbolo en este municipio de lucha campesina y había llegado a la recaudería de Nancy. “Yo pasé a pedirle una manzana a la muchacha que estaba despachando, se la pedí por favor, la palabra con la que se piden las cosas, ¿no? Y cuando iba saliendo, como iba inconsciente, no estaba en mis cinco sentidos, me quedé mirando la sandía y la empecé a machetear”, dice.