Un 70% vacunado, cuanto antes. Ese ha sido el objetivo informal, aproximado que se ha marcado el mundo para construir un muro contra la covid. España, con su mitad completamente vacunada, ya no está lejos de la meta. Pero aun así nos ha alcanzado una quinta ola. Lo mismo ha sucedido entre varios campeones de la vacunación mundial: Chile y Reino Unido primero, EE UU o Israel ahora, se han enfrentado a repuntes de casos de distinta intensidad, impulsados por las nuevas variantes.
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En todos ellos se constata que el virus en cualquiera de sus versiones acaba por propagarse sobre todo entre la población que no dispone de pauta completa de vacunación. El hallazgo confirma que las vacunas funcionan a nivel individual, pero dejan en el aire la duda de si ese impreciso 70% traerá un final definitivo a la pandemia.
En lugar de pensar en quimeras de inmunidad grupal inmediata y soluciones rápidas a un virus que probablemente estará con nosotros por mucho más tiempo, los esfuerzos de los países deberían centrarse en ampliar al máximo el acceso a las vacunas planteando llegar al 100% de la población adolescente o adulta como horizonte, más que objetivo concreto. Pero para ello el problema ya no será de oferta, sino de demanda.
Pero, una vez asegurada la inmunización de los más vulnerables, que son también los que más tenían que perder con una eventual infección, el análisis riesgo-beneficio del resto de la población, así como de sus líderes políticos, se ha ido reajustando. Sin urgencia inmediata, el espacio para sopesar supuestos pros y contras se vuelve mayor. Y, en una época de polarización ideológica del debate público sin precedentes, los argumentos partidistas son de los primeros en ponerse sobre la balanza.