Por Alberto Ramírez Rivera
Con base en la premisa de que la libertad de expresión está condicionada a la relación de los medios de comunicación con los gobiernos y empresarios, se puede decir que sin esta interacción (política y empresa) no subsistirían, tal y como los conocemos hoy, la prensa, radio, televisión y las agencias y revistas, entre otras industrias.
Es así que quienes asumen lo propagandístico y lo publicitario como modus vivendi tienen, de alguna manera, relación con los medios de comunicación e inciden en lo que éstos publican en caso de afectar sus intereses.
Los poderes gubernamental y empresarial pagan al sector periodístico porque propague su respectivo “producto” y haga creer a la sociedad que es el “mejor”. Con ello, el primero desea que se destaque su política y, el segundo, sus productos y servicios.
En este marco, hay intereses creados y bien establecidos entre dueños de los medios de comunicación (algunos empresarios y otros periodistas) con dichos sectores. Y uno se pregunta ¿ante esta situación, donde queda la llamada libertad de expresión?
La respuesta es sencilla, está hasta donde lo permitan los gobiernos, funcionarios, legisladores y líderes partidistas, así como los empresarios (dueños de industrias, bancos, grandes comercios).
Y también se encuentra hasta donde pueda llegar la ambición por el dinero de los patrones de los medios de información.
Como lo sostiene el periodista Guillermo Enríquez Simón: “la libertad de prensa en México es una mentira rosa”, sobre todo porque la relación prensa-política-empresa tiene como base el interés por ganancias económicas en publicidad, propaganda, financiamiento y protección. Sin contar los favores especiales.
En el aspecto propagandístico, ya ni se diga, muchos medios de comunicación se ponen a las órdenes de los gobiernos en turno porque así les conviene, pues de lo contrario corren el riesgo de entrar en crisis o desaparecer.
En un artículo reciente, el periodista Sergio Romano sostuvo que “la libertad de expresión es tanta como el dueño del medio. Uno no va a elogiar a la Coparmex en La Jornada, ni a defender a El Barzón en Reforma”.
De este tamaño es la libertad de expresión, supeditada a la orientación ideológica, los intereses políticos y económicos del jefe o dueño, y a la posible suspicacia o enemistad de la Secretaría de Gobernación o del gobernador. O en el espectro opuesto, de cierto banquero o de la casa comercial que lo patrocina a uno.
En lo publicitario, es lo mismo. Un ejemplo lo escribe Pascual Serrano en su libro Traficantes de Información; la Historia Oculta de los Grupos de Comunicación Españoles. Es el siguiente y vale para la realidad actual en México.
“Alguien dijo, en referencia a la prensa estadounidense, que en aquel país se podría escribir contra el presidente demócrata, o contra el presidente republicano; pero lo que nunca se podría publicar es la noticia de que se hubiese descubierto una mosca en una botella de Coca-Cola”.
De esta manera, lo de la libertad de expresión acaba cuando aparecen el dinero y los nombres propios”.
La función de la “mentira rosa” o libertad de expresión en la vida de los hombres es parte de ellos mismos; es, en muchas ocasiones, un medio de supervivencia. En otras, es fe, es espejismo que nos protege contra la incertidumbre y la desesperación.
Por todo lo anterior ¿Quién lleva la batuta en lo que se publica, los medios, los políticos o los empresarios? Pues los dos. Los primeros con el dinero del pueblo y los segundos, también, de manera indirecta.
Cabe reflexionar en lo que finalmente hace más complicada la relación prensa-política-empresa: a la mayoría de los políticos sólo les interesa el voto y a los empresarios, el dinero. Para ellos las personas carecen de valor, son entes sin alma.