En el vil asunto de la trata de personas. Hay un árbol gigante que no deja ver el bosque y ese es el tráfico de mujeres y niñas con fines de explotación sexual. Lo que incluye la prostitución, por supuesto, pero también sus derivados de chantaje para la pornografía y servicios virtuales para adultos. El grave problema de la explotación sexual constituye una abyecta actividad industrial multinacional. Tanto o más lucrativa que el comercio de armas, pero se ocultan, además, las víctimas de muchas otras finalidades de la trata de seres humanos.
Ese bosque oculto del tráfico de personas incluye otras finalidades. Como los trabajos forzosos en la agricultura, la construcción o el sector de la pesca, así como la servidumbre doméstica. Cuando no la captación de chicas para la comisión de actividades delictivas, la mendicidad y los matrimonios forzados. Por último, y en un porcentaje residual, figura el comercio de órganos.
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La trata no implica necesariamente una actividad a gran escala o a cargo de redes ilícitas. También es trata el comercio humillante de seres humanos que ejercen personas no integradas en bandas delictivas. De un modo casi artesanal y para beneficiarse personal o familiarmente, abusando de la situación de vulnerabilidad de alguien.
De una vileza de este tipo fue víctima reciente Pauline, una mujer de 38 años. Nacida en Gabón y captada en su humilde lugar de trabajo por un ciudadano europeo. Que le propuso trabajar cuidando a sus niños y como empleada doméstica interna, en su casa, en España. Pauline, que sostenía sola a una hija adolescente, aceptó. En el aeropuerto de Madrid la esperaban la esposa y la suegra del hombre que la había contratado. A poco de llegar, advirtió que las condiciones laborales distaban de las prometidas y comenzó a sufrir un maltrato permanente de parte de las dos mujeres de la casa. Con un horario de trabajo ilimitado, un estricto control de sus comunicaciones telefónicas (Pauline tiene un hermano en Francia, pero le impedían pedirle ayuda), mientras le imponían castigos que incluían dejarla sin comer.
Sin cobrar ningún salario en dos meses, Pauline intentó escapar. Pero la familia la encerró, sin teléfono ni pasaporte, hasta que llegó el momento en que decidieron devolverla a su país. Ya en el aeropuerto, Pauline desconfió del viaje y logró zafarse para pedir socorro a una empleada de la línea aérea. Esta historia sin final trágico es una de las tantas que recopilaron durante los últimos dos años, en España, las técnicas de sensibilización del Proyecto Esperanza (Adoratrices y Sicar Cat). Especializadas en el apoyo integral a mujeres que han sido víctimas de trata para cualquier finalidad de explotación, algunas de las cuales se relatan en su documento de análisis y recomendaciones, expuesto unas semanas atrás, tras finalizar la campaña #TambiénesTrata.
Marta González Manchón
Coordinadora de sensibilización del proyecto Esperanza, define la trata como un delito y una violación de derechos humanos que implica una serie de acciones que van desde captar a alguien, trasladar a esa persona, acogerla o recibirla, utilizando cualquier medio ilícito que puede ser el engaño, el abuso de una situación de necesidad o de vulnerabilidad mediante amenazas, coacciones, violencia, rapto, secuestro o fraude. “Se produce con la intención de someter a esa persona a una explotación sexual o no. Puede imponer un trabajo forzoso en cualquier sector, o un matrimonio e incluso para la comisión de delitos o la extracción de órganos”, matiza en diálogo telefónico. Esta definición, que se utiliza en el ámbito del Derecho, está en consonancia con las premisas del Protocolo de Palermo de Naciones Unidas, del año 2000, y la directiva europea 36/2011.
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Para que se considere trata no es necesario “un cruce de fronteras internacionales, ni que las personas explotadas sean inmigrantes o estén en situación irregular”, aclara González Manchón. No obstante, lo que diferencia la trata de los trabajos forzosos (o el esclavismo) es que se presenten, conjuntamente, los tres elementos: la captación, el traslado y la explotación, aunque no se genere un lucro económico. Esto último ocurre, a menudo, con la “contratación” de empleadas domésticas adolescentes en zonas rurales, tanto para ser trasladadas a otros países o a ciudades dentro del mismo país, una práctica muy frecuente en el norte de África y en América Latina. Cada tanto, organizaciones internacionales como UNICEF y algunos medios se hacen eco de lo que, por ejemplo, sucede en los barrios de las grandes ciudades marroquíes con las pequeñas criadas (les petites bonnes).
“No todos los casos son extremos y equiparables a la esclavitud”, asegura la experta del Proyecto Esperanza. No obstante, desde hace unos años, han empezado a emerger muchísimas situaciones con intenciones muy diversas, que constituyen “la punta del iceberg del tráfico humano”.