Carmen Urbita y Ana Garriga son Las hijas de Felipe, ellas se denominaron de esta forma debido a que un día que, al sacarse una foto mientras cursaban sus doctorados en Providence (Rhode Island, EE UU), se vieron cadavéricas, blancas y con ojeras, y no pudieron imaginar mejor símil que con las descendientes de Felipe II. La realidad es que parecen dos siamesas separadas al nacer. Hijas de padres laicos y ateos —”muy de izquierdas”—, ambas decidieron con nueve años, y sin conocerse, bautizarse. Estas dos estudiosas de la literatura, «amigas siamesas», como ellas se denominan, en la pandemia empezaron un pódcast y una videollamada de Zoom. Encerradas en sus habitaciones de Providence, en el estado de Rhode Island, donde realizan sus doctorados sobre los siglos XVI y XVII, ambas decidieron hacer un túnel paralelo entre el Barroco y la actualidad. Están convencidas de que las crisis de entonces y las de hoy «son iguales».
El origen de las monjas de barroco
Parecido a aquello que sintió cuando descubrió a santa Teresa y la versión censurada de su libro Camino de perfección. Quedó irremediablemente cautivada por una cita: “Porque los gobernantes del mundo son todos varones, hijos de Adán, y no hay virtud de mujer que tengan por sospecha”, recita Garriga de memoria: “Yo ahí dije: ‘Madre mía, menuda reina santa Teresa”. A Urbita le hechizó una lectura sobre la vida de Juana de los Ángeles, una monja francesa endemoniada: “Y una vez que entras, ya no sales”.
En contraste con la historia oficial, las Hijas de Felipe —que así se llama su podcast— sacan de los pies de página a los personajes silenciados y las rutinas olvidadas, y los mezclan con referencias a la cultura actual como Soy Georgina o el himno enfurecido del colectivo feminista LasTesis.
Más allá de explicar, al fin, a sus familiares y amigas el embrujo barroco que las envuelve, comenzaron el podcast en abril de 2020 por puro menester terapéutico. A veces por Zoom, a veces en el baño del piso de Garriga en Rhode Island como santuario de grabación, y con el tiempo comido por sus doctorados. Les inquietaba la solemnidad académica, el corsé en el lenguaje, la tímida divulgación de sus hallazgos más jugosos, como aquella relación carnal entre la monja teatina Benedetta Carlini y la hermana Bartolomea o la ocasión en que un elefante descendió las escaleras de El Escorial.
Aunque tocan todo tipo de chismes, desde el acceso a la vivienda hasta la moda en los siglos XVI y XVII, sus oyentes quieren historias de monjas. “Esa fascinación repentina por recuperar historias de la vida conventual femenina es generacional. Nosotras lo abordamos desde el afecto: leemos y hablamos de estas mujeres como si fueran amigas”, dice Urbita.
Para ellas, el Barroco es un periodo de crisis, incomprensión y bling bling para solucionarlo. “Cuando nosotras hablamos de que llevamos muchos años vagando por el mundo como bilocadas, y conectamos la bilocación de las monjas con el FOMO [miedo a perderse algo] actual, la gente se siente aludida”.
De momento, no se han granjeado enemigos ni en el ateneo ni en los conventos. Solo han recibido una pequeña llamada de atención de la conservadora del monasterio de las Descalzas Reales: “Por favor, no llaméis reborns (muñecos hiperrealistas) a las esculturas policromadas”.
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