La Organización de las Naciones Unidas (ONU) confirma que la población femenina es unos de los principales blancos en zonas de guerra, pues tan solo en 2021 se reportaron tres mil 293 casos verificados de violencia sexual cometidos contra mujeres y niñas en 18 países.
Un año antes se evidenciaron al menos 35 asesinatos de mujeres defensoras de derechos humanos, periodistas o sindicalistas en siete países afectados por conflictos. Ese número, “un recuento insuficiente”, según Naciones Unidas, superó las cifras de 2018 y 2019.
Por tanto, la guerra profundiza la vulnerabilidad de mujeres y niñas en todo el mundo y Latinoamérica no es la excepción: miles de ellas han sido asesinadas, desaparecidas, desplazadas, violentadas sexualmente, reclutadas o viven bajo amenazas de grupos armados, una realidad que, a la vez, revela la resistencia femenina en búsqueda de justicia.
«La vulnerabilidad mayor es la violencia y ser utilizadas por actores armados», pero hay otras condiciones también complejas, que se presentan en grupos aún más frágiles, como las migrantes o desplazadas, explica Alma Pérez, asesora regional en Paz, Seguridad y Acción Humanitaria de ONU Mujeres.
Las agresiones contra las mujeres han sido históricas, durante la Guerra Civil de Guatemala (1960-1996), uno de los mayores conflictos armados de las últimas décadas, junto al de El Salvador y el de Colombia, más de 250 mil personas fueron asesinadas y unas 30 mil mujeres fueron víctimas de violencia sexual.
En el caso de El Salvador, no existe un registro oficial de cuántas mujeres participaron o resultaron afectadas en la contienda (1980-1992), que enfrentó al Ejército, financiado por EU, con la entonces guerrilla Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional y dejó 75 mil muertos y unos ocho mil desaparecidos.
Ambos países mantienen heridas abiertas pues miles de madres, hijas y esposas, aún buscan familiares desaparecidos y hay varios procesos en curso por abusos y matanzas, como la del Mozote, en 1981, en la que en tres días más de mil hombres, mujeres, niños y niñas fueron asesinados por el Ejército salvadoreño.
“Es en los cuerpos de las mujeres en los que muchas veces tiene lugar el conflicto. Un impacto medido, claro, reiterado y deliberado porque es una manera de marcar el territorio, de marcar una victoria o humillar al enemigo”, expone Alma Pérez.
Es el caso de Haití, el país más pobre de América y donde la ONU da cuenta de violencia sexual contra mujeres y niñas, en el marco de la actual ola de crímenes por parte de bandas armadas, que han convertido a las ciudades, incluida la capital, en campos de batalla.
El mismo problema pega a Colombia, sacudida durante décadas por una guerra entre guerrillas, paramilitares, narcotraficantes, bandas criminales y el Ejército y donde el Informe Final de la Comisión de la Verdad concluyó que los “actores armados se inscribieron en los cuerpos de mujeres, los marcaron, los destrozaron”.
Datos de la ONU y de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe indican que en Latinoamérica, la región del mundo más peligrosa para estos activistas, 166 defensoras del medio ambiente fueron asesinadas entre 2015 y 2019.
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