Los líderes de las siete naciones más ricas del planeta han ido llegando este viernes a la región costera británica de Cornualles -Joe Biden se adelantó, y aterrizó en el Reino Unido un día antes- con la sensación de que esta cumbre será más relevante y menos escaparate que encuentros anteriores.
“Lo que ha ido mal durante esta pandemia, y amenaza con ser una cicatriz duradera, son todas las desigualdades que se han atrincherado. Necesitamos por eso asegurarnos de que, a medida que nos recuperamos, podamos equilibrar esa recuperación en todas las sociedades. Necesitamos poder reconstruir mejor”, ha dicho Boris Johnson al resto de Jefes de Gobierno y Estado en el discurso inaugural de la cumbre.
Los hechos han precedido a las buenas palabras. La decisión de los ministros de Economía, a principios de este mes en Londres, de impulsar un impuesto mínimo de Sociedades, de “al menos el 15%”, para poner finalmente coto a la evasión fiscal de los gigantes tecnológicos, fue la demostración de que algo se ha puesto en marcha.
La lucha contra la pandemia; una respuesta homogénea frente a los desafíos que suponen Rusia o China; la coordinación de políticas para lograr cuanto antes la anhelada recuperación económica. La lista de objetivos planteada por el G-7 es lo suficientemente ambiciosa como para que los líderes congregados en Cornualles no se pueden permitir salir del paso con una mera declaración de buenas intenciones.