Cuando el abuelo de Agustín Molleda le dejó abandonado con dos días de vida en el Hospicio Viejo de León, las monjas le bautizaron como E-83: la “E” de niño expósito y su número de ingreso. Allí pasó seis años, una antesala de relativa paz para lo que luego sería el hospicio Ciudad Residencial Infantil San Cayetano, el orfanato leonés regido por los Terciarios Capuchinos, también llamados Amigonianos. Allí, según cuenta, sufrió agresiones sexuales y físicas de 1955 a 1965 a manos de varios hermanos. “Los abusos ocurrieron desde un principio y hasta el día en que los religiosos se marcharon”, relata Molleda, que hoy tiene 72 años.
El hombre, que ha escrito varios libros sobre el centro, denuncia que cinco religiosos abusaron sexual y físicamente de él y de sus compañeros: los hermanos José Francisco Dobón Lorente, Salvador Merino Fernández y Ramón Ruiz Escudero, y los sacerdotes Julio Martínez González y Vicente Tercero Borrás. “Se metían en nuestras camas por las noches. En otras ocasiones, nos llevaban a cuartos para masturbarnos. Nos castigaban sin comer, sin cenar. Yo sufrí muchísimas patadas y puñetazos. ¡Todo por nada! Por cosas que hace cualquier chiquillo”, relata.
![Agustín Molleda, junto al acusado José Francisco Dobón Lorente, en el hospicio San Cayetano de León, en los años sesenta.](https://imagenes.elpais.com/resizer/UMnTNnNUdJFUM_r99lcsfM05958=/414x0/cloudfront-eu-central-1.images.arcpublishing.com/prisa/72DY4YBU7NFBFDLOJH2SV7I43Q.jpg)
Los episodios que relata Agustín Molleda en el internado San Cayetano de León son numerosos, de tocamientos en clase a agresiones sexuales en las habitaciones de los religiosos. Destaca los abusos de Dobón: “Era el especialista”. Era habitual, cuenta, que jugase al fútbol con los internos sin ropa interior bajo la sotana y se restregase contra ellos. En una ocasión, narra Molleda, Dobón le llamó a un cuarto: “Se quitó el hábito y se quedó desnudo. Justo en ese momento, tuvo que salir porque lo llamaron de la dirección. Me libré”. Son situaciones, asegura, de las que no había escapatoria. “Si se metía en tu cama y llorabas, te pegaba una paliza. Era mejor que viniera y que hiciera lo que quisiera”, dice.
Molleda relata que un día, en noviembre de 1965, se levantaron y los Amigonianos ya no estaban, se habían ido sin avisar. De hecho, los chicos se adueñaron del lugar hasta que llegaron tres jesuitas con el presidente de la Diputación. Ha recordado la escena en algunos artículos Casimiro Bodelón, último rector de la institución, que la orden dejó en 1985. Los jesuitas, asombrados, dijeron: “Estos muchachos están como salvajes”. “Los jesuitas nos salvaron la vida y el futuro a muchos de nosotros, condenados con los Terciarios Capuchinos a la miseria”, concluye Molleda.
Ahora bien, uno de esos tres jesuitas que llegaron a San Cayetano era F. V., que estuvo allí solo unos años y es acusado de abusos en el colegio de la orden en León. Estaba en este centro de los jesuitas desde que abrió sus puertas en 1959 y permaneció allí al menos hasta 1980. Un exalumno le acusa de abusos en los setenta: “Era una institución. Dirigía una asociación juvenil, Los Kostkas, organizaba excursiones y campamentos en verano en Llanes [Asturias].
Podía ser afable, pero también colérico: lo recuerdo dando bofetadas echando espuma por la boca. Elegía alumnos a los que acariciaba con un mismo perfil: delgaditos, rubios, de piel suave. Ya en BUP, en numerosas ocasiones bajaba en los recreos, se montaba en su coche, subía a un niño pequeño y se iba con él detrás del muro, fuera del colegio. Había un cura, F. Z., con el que teníamos confianza, moderno, para entendernos, y algunos de los mayores nos armamos de valor y se lo contamos. Le referimos también casos que habíamos experimentado. Nos dijo que tomarían medidas. Pero no pasó nada: el padre V. siguió recogiendo niños impunemente”.
Los casos de abusos en internados se reparten por toda España. El testimonio más antiguo es de los años cuarenta, de un huérfano que denuncia “abusos y malos tratos” en el colegio de los maristas en Venta de Baños, en Palencia, entre 1944 y 1947, y luego también en el de La Salle, en Palencia capital, donde fue después y estuvo hasta los 16 años: “En los maristas éramos unos 150 huérfanos de la Policía con edades de siete a nueve años. Éramos niños sin padre y con la familia a muchos kilómetros. En Palencia hubo auténticas palizas por simples travesuras infantiles. Deseo olvidarlo y que hechos así no vuelvan”.
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