De los senderos de Gran Recorrido —con sus características rayas blancas y rojas marcadas en árboles y rocas del camino— a las rutas de peregrinaje más antiguas. Y de los caminos circulares para todos los niveles, óptimos para hacer en familia, a los retos más exigentes que ascienden a montañas míticas.
1. Por las costas del Cabo de Gata (Almería)
Encontrar un tramo de costa virgen en el Mediterráneo peninsular es casi una utopía. Pero lo insólito a veces ocurre. En el extremo suroriental de la Península, el parque natural almeriense del Cabo de Gata-Níjar es un espacio protegido desde 1987 que engloba un conjunto de ecosistemas naturales con gran valor paisajístico. Un territorio salvaje, árido y de origen volcánico que ocupa 476 kilómetros cuadrados y que constituye un oasis, casi un espejismo, a salvo de la piqueta y la fiebre urbanizadora que tanto ha degradado otras zonas de la costa andaluza. Un litoral acendrado de 50 kilómetros que puede recorrerse siguiendo el dibujo accidentado de su costa: una sucesión de playas y calas en medio de un desierto, lo que significa que las altas temperaturas (suaves en invierno) están garantizadas, pero también unos paisajes espectaculares.
Partiendo desde Retamar, una pedanía del municipio de Almería que sirve de entrada al cabo de Gata, hasta Agua Amarga, en el otro extremo del parque natural y dependiente del municipio de Níjar, hay unos 60 kilómetros que discurren en paralelo al Mediterráneo y que se pueden recorrer en tres jornadas. Primero se transita por la costa occidental, sobre un promontorio plano, rodeado de playas; y después se accede a las escarpadas costas sur y este, repletas de arenales tranquilos y calas recónditas. Al tratarse de una zona con una población muy diseminada. La ubicación de los lugares con alojamiento hace imposible dividir la senda en tres días iguales. Por tanto, conviene hacer un tercer día más corto y pasar la primera noche en el agradable pueblo de San José y la siguiente en Las Negras, una playa de guijarros junto a un imponente cabo de roca volcánica.
Durante el camino, la combinación de un clima seco y desértico con los acantilados de la sierra del Cabo de Gata, que se hunden en las aguas del Mediterráneo, dan como resultado un entorno que siempre pilla desprevenidos a nuestros sentidos. Entre los acantilados y los cabos se suceden algunas de las mejores y más vacías playas de España. Al menos por ahora.
2. El ascenso al gran volcán: el Teide (Tenerife)
La montaña más alta de España (3.718 metros de altitud) ofrece un placentero y rigurosísimo desafío a los senderistas. Y mejor si este se afronta fuera de la temporada alta de verano, cuando los visitantes (cuatro millones anuales) al Teide, el mayor y más antiguo de los parques nacionales de las islas Canarias, descienden considerablemente. Entonces el camino mejora, sobre todo a principios de primavera. Cuando las laderas más bajas empiezan a florecer y, con suerte, la cumbre aún tiene nieve.
El verdadero tour de force es el ascenso al pico del volcán, sobre todo si se opta por la durísima caminata de seis horas, el llamado sendero de Montaña Blanca, con una longitud de 8,2 kilómetros y un desnivel acumulado de 1.194 metros. Su tramo inicial se realiza por la pista de Montaña Blanca, en las faldas del Teide. Donde proliferan los depósitos blanco-amarillentos de piedra pómez fruto de la última erupción, hace 2.000 años.
Al llegar a la ladera del Teide, comienza el antiguo camino de acceso al pico, que sube por la senda de Lomo Tieso hasta el Refugio de Altavista y que presenta un fuerte desnivel, que en ocasiones supera el 60%. La pendiente, unida a la elevada altitud, lo hace notablemente fatigoso. El camino continúa subiendo, con menos pendiente, sobre negras coladas de lava joven, aún sin colonizar por la vegetación. El sendero termina en La Rambleta, junto al Mirador de La Fortaleza. Durante el exigente ascenso, las retamas (un tipo de arbusto) nos acompañarán buena parte del tiempo, hasta que aproximadamente a 3.400 metros de altitud la vegetación parece desaparecer por completo.
Si el clima o la fuerza de los pulmones hacen imposible la caminata, el teleférico es una buena alternativa. La estación base del funicular del Teide es perfectamente accesible por carretera y está situada a 2.356 metros de altitud. Sus modernas instalaciones disponen de dos cabinas con capacidad máxima para 44 pasajeros, que permiten subir al Teide en un viaje de unos ocho minutos.
Existen otras excursiones agradables en los 190 kilómetros cuadrados del parque. En cuyo vasto dominio hay 1.000 yacimientos arqueológicos guanches protegidos por la Unesco y 14 especies de plantas únicas en el mundo.
Si queremos una subida menos concurrida pero casi igual de desafiante, hay otro volcán en los alrededores que también supera los 3.000 metros de altura y que se puede coronar en otra ruta excursionista muy recomendable: el Pico Viejo o Montaña Chahorra. Son 13 kilómetros de ascensión para los que se necesitarán unas seis horas por el desnivel a cubrir.
3. Por las pasarelas y puentes colgantes del Caminito del Rey (Málaga)
¿Quién se atreve a caminar por una senda que hasta hace no mucho se apodada “el camino de la muerte”? El Caminito del Rey, al norte de Málaga, reabrió en 2015 (después de más de 10 años cerrado al público) con la construcción de una nueva pasarela totalmente segura sobre el desfiladero de los Gaitanes, a unos cien metros de altura sobre el río Guadalhorce. Pero aún produce congoja. Catorce mil metros de cable de acero, miles de traviesas de madera de pino y más de un millón de piezas metálicas resumen, en cifras, la instalación que discurre justo por encima del viejo y angosto camino, de apenas un metro de anchura suspendido sobre el vacío.
La ruta se adentra en el estrecho desfiladero de El Chorro, de 100 metros de profundidad. El que lo recorra notará cómo su cuerpo se balancea suspendido del precipicio mientras obtiene vistas mareantes de las caras de roca perpendiculares y del veloz caudal del río Guadalhorce, si se atreve a mirar hacia abajo.
El camino cubre una distancia de 7,7 kilómetros —de los cuales 2,9 kilómetros discurren por pasarelas—. Comienzan en el pueblo de Ardales y terminan en el municipio de Álora. El número de caminantes al día es limitado. Hay que informarse bien y obtener el permiso reglamentario previo pago en la web del Caminito del Rey. El martes 15 de junio se pusieron a la venta las entradas para las excursiones programadas entre el 1 de julio y el 1 de agosto. El precio por persona son 10 euros para las visitas libres y 18 euros para grupos de hasta 20 personas con guía turístico.
4. La Transpirenaica: 800 kilómetros de alta montaña
Los Pirineos que separan Francia y España no son tan elevados como los Alpes (su pico más alto, con 3.404 metros, es el Aneto), pero tal vez sean más espléndidos y diversos. Para quienes quieran conocer la variedad de esta cordillera compartida entre países vecinos nada mejor que emprender la gran Transpirenaica, considerada como una de las rutas de senderismo más bellas y desafiantes de Europa. Atraviesa de oeste a este —o viceversa— la cordillera, pasando por cuatro comunidades autónomas y con un largo tramo que discurre por Andorra.
Tradicionalmente, la ruta empieza a orillas del mar Cantábrico, en el cabo Higuer, en la localidad guipuzcoana de Hondarribia, y termina en Cataluña, en el icónico Cap de Creus (Girona), el punto más oriental de la Península, al norte del golfo de Roses. Se trata de una senda de alta montaña, perfectamente señalizada con marcas blancas y rojas del GR11, que abarca paisajes de impresionante y variada belleza. Los números pueden asustar: 810 kilómetros de extensión, algo más de 78.000 metros de desnivel acumulado y 44 o 46 etapas —según la variante escogida—, cada una de las cuales con una longitud variable de entre 10 y 35 kilómetros.
Sin embargo, detrás de estas cifras se esconde un recorrido que atraviesa parajes inolvidables: tupidos bosques como la selva de Irati, el segundo hayedo más extenso del continente; pintorescas aldeas de montaña donde el tiempo parece haberse detenido; formaciones geológicas que dejan boquiabierto; exuberantes valles y cumbres legendarias como el Monte Perdido o el Aneto, joyas de la corona del Pirineo aragonés. A lo largo de todo el camino encontraremos una abundante fauna y unos paisajes cambiantes. Paradas imprescindibles son también el parque nacional de Aigüestortes i Estany de Sant Maurici, tachonado de preciosos lagos, y los espectaculares cañones kársticos de Ordesa y Monte Perdido.
Hay viajeros que afrontan la ruta del tirón, para lo que hay que reservar al menos un mes de tiempo. Pero lo más normal es dividirla en tramos más cortos. Se puede hacer, por ejemplo, por comunidades autónomas. País Vasco y Navarra son ocho etapas, desde Irún hasta Isaba, pero tienen menos desnivel que las siguientes. En Aragón serían unas 14 etapas, que empiezan en el valle de Hecho y Ansó y terminan en el refugio de Conangles, ya en Lleida, pasando por los macizos más elevados de toda la cordillera. El paréntesis andorrano representa tres etapas más y aún queda atravesar el norte de Cataluña, con dificultad muy variable. Hasta llegar a las aguas del Mediterráneo.
5. La Senda del Oso por el viejo ferrocarril minero (Asturias)
La antigua plataforma de una vía férrea minera se ha convertido en la senda verde más popular de Asturias y de todo el norte peninsular. Tiene diversos atractivos: está muy bien señalizada (con varias áreas de descanso y multitud de paneles informativos); el desnivel es bajo, pues recorre el mismo tramo por el que antiguamente discurría el tren; hay que atravesar hasta 11 puentes sobre los ríos Llanuces, Picarós y Trubia, y se accede al cercado donde viven algunos ejemplares de oso pardo que ya no pueden reintegrarse a la naturaleza por diversos motivos.
El trazado permite alternativas de diferentes distancias y es ideal para ir con niños. Atraviesa cuatro concejos: Quirós, Santo Adriano, Proaza y Teverga, que componen la denominada comarca de los Valles del Oso, por ser refugio de una de las últimas poblaciones de oso pardo cantábrico, una de las tres especies de oso pardo que hay en Europa.
La Senda del Oso suma casi 60 kilómetros y se puede recorrer en bicicleta o andando. Comienza en Turón y llega a la cueva Huerta, una cavidad kárstica en el concejo de Teverga. Sigue el antiguo trazado del ferrocarril minero que recorría el valle del Trubia pero que se abandonó en 1964. Ahora, la senda serpentea entre densos bosques de encinas y paredes de roca.
En realidad no hay una única Senda del Oso, sino dos: a medio camino una bifurcación permite tomar la ruta hacia la aldea de Santa Marina adentrándose en el corazón del parque natural de Las Ubiñas-La Mesa y cruzando el embalse de Valdemurio por un puente de madera. Podemos alquilar una canoa y dar una vuelta por el lago.