Me encanta Macbeth, la tragedia de William Shakespeare, vaya por delante. Veo la adaptación cinematográfica de Joel Coen, interpretando Denzel Washington y Frances McDormand a la pareja protagonista, los Macbeth. Buenos actores, buena iluminación, buena dirección de arte, buen vestuario, en general todo está bien, es estéticamente bonito, técnicamente fantástico… pero falta algo. ¿Qué?
Creo que eso que le falta reside en la adaptación del teatro al cine. Me piden este artículo para hablar desde el punto de vista de una persona, como yo, que conoce a Shakespeare desde las tablas teatrales. Voy a intentar explicarme. Macbeth está escrita para un teatro, con todo lo que eso conlleva: público en directo, espacio único y contacto directo entre el actor y el espectador. El actor y el director deben dirigir la mirada del público hacia donde Shakespeare les indica, no hay filtros, no hay movimientos de cámara. Y es por esto por lo que la adaptación cinematográfica debe atender a las razones profundas que mueven esta historia y sus personajes.
El autor con esta obra, casi por primera vez en la historia del teatro, entra dentro de la cabeza de los personajes, en su psicología, en sus miedos y deseos, en sus pesadillas y oraciones. El terror de Macbeth nos llega a través de sus monólogos, la crueldad de Lady Macbeth a través de sus invocaciones al infierno. No basta con acercar la cámara y susurrarnos la tragedia. El deseo en Macbeth grita, llora, se desespera y lo hace a través de la belleza de la palabra, que ha de llegar con todos sus matices. La furia de la tragedia depende del impacto emocional en el espectador, de la empatía, por contradictorio que parezca, que sentimos por los asesinos.
La auténtica adaptación de Macbeth es la que hace que nos veamos en un espejo, que recibamos nuestra imagen más siniestra. Eso es el alma de Macbeth. Sin embargo, esta versión no tiene esa alma, es solo poética al servicio de la poética. Un jarrón chino habla de su propia belleza estática, a esto se parece esta versión, a la fotografía hermosa y tenebrosa de un castillo sin habitantes dentro.
Macbeth es pasión, es miedo a cometer un crimen y que la espuela del deseo te empuje al horror de cometerlo, a apartarte de la vida, a abrazar la violencia, el odio, la sospecha, la culpa. Desde que se comete el asesinato ya nunca habrá paz, Macbeth ha matado al sueño y todo se convierte en pesadilla, en mal viaje con malos compañeros, en correr directos hacia la muerte arrastrando todo a nuestro paso. Macbeth habla de cómo construimos el horror, de cómo nos servimos del horror y de cómo todo ello nos conduce a la locura, a la habitación más oscura que habita en nuestro cerebro: “La vida es una historia contada por un loco, llena de ruido y furia, que no significa absolutamente nada”.

La tragedia de Macbeth es el retrato minucioso de la psicología del ser humano ante la ambición de poder. La lucha por el poder político siembra la historia del mundo de crímenes entre reyes, de guerras fratricidas, de militares enloquecidos, de asesinos y asesinas poderosos y de su mejor consejero: el interés.
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