El presidente francés, Emmanuel Macron, designará en las próximas horas a un nuevo primer ministro, previsiblemente una mujer, tras la dimisión este lunes de Jean Castex (Vic-Fezensac, 56 años), titular del cargo desde 2020. Sería la segunda mujer al frente del Gobierno en la historia de Francia, y la primera en 30 años tras el breve mandato, menos de un año, de la socialista Edith Cresson. Élisabeth Borne (París, 61 años), actual ministra de Trabajo e identificada con ala socialdemócrata del macronismo, encabeza las quinielas.
Castex aplazó durante semanas su marcha para permitir al recién reelegido presidente de la República encontrar a la persona que tendrá una doble misión. Primero, encabezar la campaña para una nueva mayoría presidencial en las legislativas del 12 y el 19 de junio. Y segundo, en caso de que esta candidatura sea mayoritaria tras estas elecciones, encabezar el Gobierno en los próximos años.
La dimisión por voluntad propia de Castex, un alto funcionario eficaz y sin tentación alguna de hacer sombra a Macron, abre la milimetrada coreografía de la sucesión en el palacete de Matignon, sede de la jefatura del Gobierno. Tras presentar en persona esta tarde la dimisión a Macron en el palacio del Elíseo, sede de la presidencia, en breve se anunciará el nombre del sucesor o sucesora. Después, vendrá el traspaso de poderes. Y en los próximos días, el nombramiento del nuevo Gobierno. El nuevo primer ministro puede buscar un voto de confianza en la Asamblea Nacional, pero no es necesario.
En el sistema de la V República francesa, el primer ministro tiene un papel ambiguo. Según la Constitución de 1958, “dirige la acción del Gobierno”, es “responsable de la defensa nacional” y “garantiza la ejecución de las leyes”. También comparte con el Parlamento la iniciativa de las leyes. El presidente de la República, por su parte, es “el garante de la independencia nacional, de la integridad del territorio y del respeto de los tratados”.
Al contrario que el presidente, el primer ministro no es elegido por sufragio universal: su único elector es el propio presidente. De ahí que su legitimidad sea menor. Y su margen de maniobra, más reducido. Puede sacar partido de este margen dependiendo de su talento o sus ambiciones. Pero en general, más que un primer ministro al estilo británico, un canciller alemán o un presidente del Gobierno español, en Francia el primer ministro es el encargado de poner en práctica la visión del jefe del Estado.
Hay una excepción: cuando hay en la Asamblea Nacional una mayoría de un color político distinto al del presidente y este se ve obligado a nombrar como primer ministro al líder de la oposición. Entonces el primer ministro, respaldado por su mayoría parlamentaria, tiene toda la autonomía en la política interna y al presidente le queda la política exterior. Es la llamada “cohabitación”. La última vez que hubo una cohabitación fue entre 1997 y 2002 con el presidente conservador Jacques Chirac y el primer ministro socialista Lionel Jospin.
Castex, como primer ministro, ha aplicado con lealtad las iniciativas de Macron. No ha sido un dirigente con línea autónoma sino un gestor. Con una larga trayectoria en la alta administración y en Gobiernos conservadores, combinaba un conocimiento profundo de los engranajes del Estado con un arraigo en la Francia rural como alcalde, entre 2008 y 2020, del municipio de Prada, al pie de los Pirineos catalanes. El ex primer ministro habla catalán y español.
En Matignon, ha tenido que gestionar los confinamientos por la pandemia y la campaña de vacunación, además de los planes de recuperación económica y las ayudas para paliar la inflación. Deja Francia con una tasa de desempleo del 7,4%, el nivel más bajo en 15 años, pero una inflación del 5,5% y un crecimiento del 0,25% en el segundo trimestre. En 2021, la deuda pública se elevaba al 112,9% del PIB, y el déficit presupuestario, al 6,5%.
Una ventaja del primer ministro saliente era su nula ambición política, en contraste con Édouard Philippe, su antecesor durante la primera mitad del primer quinquenio de Macron. A diferencia de otros, al afeitarse cada mañana Castex no veía en el espejo a un futuro presidente. Formado en la elitista Escuela Nacional de Administración, se veía más bien como un servidor del Estado. Ya había dejado claro que no deseaba continuar.
Una paradoja de estos años ha sido que el jefe del Gobierno ya no cumple su tradicional función de escudo o pararrayos para proteger el jefe del Estado. Ni Castex ni Philippe lograron evitar que las críticas y el descontento popular se dirigiese a Macron y no a ellos.
En julio de 2020, después de su nombramiento, Castex declaró: “Y nuestra primera ambición, inmensa, será reconciliar estas Francias tan diferentes”. Los resultados de las presidenciales de abril demuestran que el objetivo no se ha cumplido. La victoria de Macron fue clara, pero más de la mitad de los franceses optaron por opciones de ruptura con el sistema en la primera vuelta y en la segunda, 13 millones de franceses votaron a la extrema derecha.
En diciembre, durante una entrevista en Matignon, Castex explicó: “La cohesión nacional es un trabajo de largo aliento. Siempre intento, junto al presidente Macron, unir, federar las poblaciones, los territorios, y especialmente los que están en dificultad. Y condeno con firmeza a quienes llaman a la exclusión y al odio del otro. Francia no es eso”.
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