El presidente Emmanuel Macron dominó el debate de este miércoles por la noche ante su rival Marine Le Pen, pero no la dejó fuera de juego como hace cinco años. Le Pen resistió. Ha suavizado su imagen y está más curtida. Aunque es la candidata de la extrema derecha, el presidente renunció a aplicarle el calificativo. Prefirió cuestionar su competencia para gobernar.
Entre acusaciones mutuas de “falsedad” y “deshonestidad”, el centrista Macron intentó desmontar el programa de su rival y sus incoherencias. Y logró ponerla a la defensiva: como si lo que estuviese en cuestión no fuese la gestión del presidente estos cinco años, sino las propuestas de la candidata.
Le Pen no siempre supo responder a los argumentos de un presidente que conoce los temas al dedillo y domina la dialéctica. Pero el presidente tuvo que esforzarse para evitar parecer arrogante cuando la atacaba y exhibir su inteligencia: su peor enemigo. Uno de los momentos más tensos ocurrió cuando Macron acusó a su rival de depender económicamente de la Rusia de Vladímir Putin. Ella lo negó.
No hubo ningún momento definitivo, ni errores mayúsculos que vayan a inclinar la balanza. Puede que sea una pequeña victoria para Le Pen, pero seguramente insuficiente: difícilmente el debate cambiará nada en la campaña. Macron es el favorito, según los sondeos. Y, sin embargo, aunque estos acierten y Macron salga reelegido, Le Pen sacará el mejor resultado de la historia para la extrema derecha en Francia.
“Usted depende del poder ruso y del señor [Vladímir] Putin”, le dijo Macron a Le Pen tras echarle en cara el préstamo de nueve millones de euros que su partido, el Reagrupamiento Nacional (RN), debe a un banco ruso. “Y muchas de sus posiciones se explican por esta dependencia”, añadió, en alusión a la defensa, por parte de la candidata, de la anexión de Crimea por Rusia en 2014 o de su defensa de Moscú hasta la invasión de Ucrania en febrero.
“Es falso. Es deshonesto”, replicó Le Pen, quien justificó el préstamo ruso porque ningún banco francés quería prestar dinero a su partido. “Devolvemos el dinero todos los meses. Somos un partido pobre, pero esto no es ningún deshonor”.
Le Pen insistió en que su posición sobre Ucrania era muy similar a la de Macron. Se declaró favorable a las sanciones actuales, pero no a las que afecten al gas y el petróleo ruso, porque en su opinión acabarán dañando a los franceses. “No nos podemos permitir hacernos el hara-kiri con la esperanza de hacer daño a Rusia”.
La acusación de “falsedad” se repitió durante todo el cara a cara. Fue un choque rudo, pero ninguno perdió las formas, como le ocurrió a Le Pen en el debate anterior entre ambos en 2017. Se escenificó antes millones de telespectadores el choque entre dos visiones de Francia, de Europa y el mundo contrapuestas, irreconciliables. Y dos estilos y personalidades.
Que Macron evitase agitar el miedo a le extrema derecha es significativo, y quizá señala que el argumento del miedo ya no es suficiente para convocar el voto. Solo al final declaró: “Combato sus ideas, combato a su partido, su historia y su posicionamiento político”.
Nada más, como si quisiera mostrar el peligro y no calificarlo. Cuando Le Pen explicó su propuesta de prohibir el velo islámico en las calles de Francia para “defender la república y la igualdad entre mujeres y hombres”, el presidente declaró que es “una traición al espíritu francés” de la Ilustración.
“Mi prioridad es devolver el dinero a los franceses”, prometió Le Pen, tras enumerar todas las promesas para aumentar los salarios y bajar los precios, como la rebaja masiva del IVA o la supresión del impuesto sobre la renta de todos los menores de 30 años.
El debate arrancó con el tema que ha centrado la campaña: el poder adquisitivo. Aunque ha aumentado durante los cinco años de mandato de Macron, se ha visto erosionado en los meses recientes por la inflación.
Macron, cuando Le Pen exponía las dificultades de las clases trabajadoras, repetía: “Usted tiene razón en decir esto”. Era una manera de desactivar la acusación de arrogancia.
Pero a continuación, como haría después al abordar otros aspectos del programa, señaló las incoherencias del proyecto: como diputada, Le Pen votó en contra del llamado escudo energético que bloquea la subida de precios. Y ante la falta de respuestas, la acusó: “Usted no da respuestas a lo que pregunto. ¡Es normal! ¡No las tiene!”
Al abordar la Unión Europea y la propuesta de Le Pen de sustituirla por una alianza de naciones europeas, el presidente afirmó: “Su proyecto es un proyecto que no dice su nombre: el de la salida de la UE”. Le Pen acusó a Macron de encerrar la soberanía francesa en Europa y declaró: “La imagen que yo tengo de Francia es la de una potencia mundial, no solo europea. Usted es demasiado eurocentrado”.
A la izquierda de las pantallas se veía a Macron. A la derecha, Le Pen. Entre ambos, 2,5 metros de distancia. Los moderadores eran los periodistas Gilles Bouleau y Léa Salamé, de la cadena privada TF1 y de la pública France 2, organizadoras del debate.
Le Pen se había preparado a conciencia. Despejó su agenda durante dos días. Se aisló con su equipo. Se entrenó con sparrings. Sus consejeros le prepararon fichas temáticas. Intentó evitar a toda costa una repetición del debate de hace cinco años, cuando llegó agotada por una campaña intensa y mal preparada. El resultado ha pasado a los anales de los debates en Francia: se equivocó en los datos, lanzó rumores sin fundamento y demostró una falta de preparación que confirmó para una mayoría de los franceses que no era apta para el cargo. Macron la derrotó cuatro días después con un 66% de votos frente a un 34%.
Macron, que lleva el doble sombrero de presidente y candidato, no modificó sus planes en los días anteriores. En las vísperas del cara a cara, parecía seguro de su capacidad para afrontarlo. Siguió con las entrevistas previstas, las conferencias telefónicas con homólogos internacionales, el Consejo de Ministros.
Macron llegó con a la cita con un viento favorable en los sondeos. El diario Le Monde publicó un estudio exhaustivo de Ipsos-Sopra Steria con preguntas a 12.706 personas y un margen de error del 1,1%. Macron, en vísperas del debate, ganaría con 56% de votos; Le Pen sacaría un 44%.
Para Macron, el objetivo en el debate era disipar la imagen de arrogancia y elitismo: el tecnócrata que todo lo sabe, el repelente niño Vicente de la política francesa. Proclive a exhibir su inteligencia. Y con una peligrosa tendencia a soltar frases intempestivas que ofenden a muchos franceses.
Para Le Pen, se trataba de disipar otra imagen: la de una candidata que inquieta a buena parte del país. Por su historia: heredera de la más célebre dinastía de la extrema derecha europea. Por su inexperiencia a la hora de gobernar y la idea de que sería incompetente al frente de Francia, potencia nuclear con un sillón permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Por su programa ultranacionalista, que, de aplicarse, supondría una ruptura radical con el orden constitucional francés y con la Unión Europea tal como ha funcionado hasta ahora.
Le Pen solo podía hacerlo mejor que en 2017. Sabía, al comenzar el debate, que una actuación modesta ya sería interpretada como una victoria para ella. Al mismo tiempo, era consciente de que solo en raras ocasiones un debate cambia el curso de una campaña, y de que, si los sondeos aciertan, no ha logrado tras la primera vuelta del 10 de abril crear una dinámica en su favor. El domingo los 47,9 millones de franceses con derecho a voto decidirán.
Gracias por leer Columna Digital, puedes seguirnos en Facebook y Twitter, o visitar nuestra pagina oficial.
La nota precedente contiene información del siguiente origen y de nuestra área de redacción.