Los ecos de una negociación entre el chavismo y la oposición venezolana suenan cada vez más cerca y ningún protagonista quiere quedarse al margen. La certeza de que la situación actual no beneficia a nadie cobra fuerza y obliga a todas las partes a replantear su estrategia. En el Gobierno de Nicolás Maduro, ahogado por las sanciones y desterrado de la comunidad internacional. En la oposición, desaparecida casi por completo de la vida política doméstica y con unos índices de popularidad muy bajos. En los propios venezolanos, a los que la pandemia y el proceso de dolarización informal llevado a cabo en el último año han seguido hundiendo en una crisis económica devastadora. Y en la comunidad internacional, consciente ya de que la política de sanciones y el cierre de filas ante el liderato de Juan Guaidó, al que reconocieron como presidente interino, no han logrado minar el poder del Ejecutivo.
La salida de Donald Trump, epicentro de la estrategia de fundir al Ejecutivo venezolano con sanciones económicas, abre una nueva ventana de oportunidad para el chavismo. El Gobierno de Nicolás Maduro no vive sus peores momentos dentro del país. La decisión de la oposición de no concurrir a las últimas citas electorales ha permitido al chavismo mantener su poder bien atornillado, pero atado de pies y manos por una situación económica insostenible. “La popularidad de Guaidó ha caído, también la capacidad de movilización de la oposición, lo que le ha permitido al chavismo ganar terreno en el control doméstico y territorial”, explica Michael Penfold, investigador global del Wilson Center. Maduro no quiere correr riesgos políticos, pero conoce la certeza de que no habrá levantamiento de sanciones si no se producen avances hacia un proceso de democratización del país. “Estoy de acuerdo, con la ayuda del Gobierno de Noruega, la Unión Europea, el Grupo de Contacto, cuando quieran, como quieran, donde quieran, para reunirme con toda la oposición”, dijo este jueves.
Esa no fue la primera ni la única sorpresa en una semana en la que, para algunos analistas consultados, el chavismo ha hecho los mayores gestos y concesiones de los últimos años. Varias señales hacia la comunidad internacional y hacia el interior del país que abonan el terreno de un diálogo que hasta ahora siempre ha resultado estéril.
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Los movimientos empezaron llamando a la puerta del nuevo inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden. Maduro permitió la entrada de ayuda humanitaria de Naciones Unidas después de un año de negociaciones y, entre otros gestos, cambió la prisión por el arresto domiciliario de seis empresarios petroleros con doble nacionalidad encarcelados en Venezuela desde hace tres años. “La gran pregunta es cómo va a reaccionar la Administración de Biden. Si hay una manera de incentivar al régimen de Maduro a que haga más concesiones para lograr una restauración de la democracia. Han dicho que lo siguen muy de cerca y apoyan una solución negociada, pero se corre el riesgo de que si no dan algún tipo de señal o incentivo [levantar alguna de las sanciones impuestas por Trump], Maduro podría abandonar este nuevo intento de una posible apertura”, asegura Geoff Ramsey, director para Venezuela de la organización de investigación y defensa de los derechos humanos Wola.
Las miradas se vuelven ahora a la oposición. Las imágenes de todos los líderes unidos en torno a la figura de Guaidó, al ser nombrado presidente encargado en enero de 2019, aupado por multitudes en las calles de Caracas y con amplio respaldo internacional, forman ya parte del pasado. En aquellos días, un 77% de los venezolanos hubiera votado por él en unas elecciones, unas cifras que según la encuesta de Datanalisis publicada este marzo se desploman hasta un 11,4%. “El venezolano está desenganchado de la política, está tratando de sobrevivir, el tablero ya cambió”, subraya Penfold.
“Comer y salir vivo de la covid-19 son las principales preocupaciones de la gente”, explica José Gregorio Ochoa, activista en el sector popular de Carapita, en el oeste de Caracas, una barriada que en otros tiempos fue bastión del chavismo. La aceleración de la hiperinflación y su rebote en el proceso de dolarización informal han aumentado la brecha de la desigualdad. A la lucha diaria por buscar dinero para alimentar a la familia, se ha sumado la pandemia y la escasez de combustibles y gas para cocinar por primera vez en Columna Digital con las mayores reservas de petróleo.
La estrategia del todo o nada que hasta ahora mantenían la oposición y la comunidad internacional contra Maduro podría cambiar a partir de ahora. Guaidó, de entrada, se abre a una negociación con el régimen. “Hay que intentar esto con todo el escepticismo y toda la desconfianza hacia la dictadura”, dice Freddy Guevara, uno de sus colaboradores más cercanos y que la semana pasada tendió los primeros puentes de acercamiento con representantes del oficialismo, al reunirse con el diputado chavista Francisco Torrealba.
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