Una parte importante de la izquierda española ha puesto su fe republicana en el mismo sitio donde Iñigo Urkullu ha puesto su aspiración a la independencia y donde pareció que durante muchos años la puso el nacionalismo catalán. En ese lugar donde confluyen las aspiraciones legítimas y los afectos históricos con la voluntad de convivencia y un pragmatismo derivado del devenir de los tiempos. Algo así como: “Venga, vamos, si esta es la fórmula que nos permite convivir y prosperar, adelante”. La democracia era esto.
¿Qué ha hecho la derecha, mientras tanto, con el concepto de España? Nada. España es “su España”. No la derecha ultra, marginal e irrelevante. La derecha que ha gobernado y que aspira a volver a gobernar. Nada. España sigue siendo la de “los españoles de bien”, la expresión que hemos escuchado a lo largo de los últimos 40 años contra cualquier política con la que estuvieran en desacuerdo, fuera la inclusión de las “nacionalidades” en el título VIII de la Constitución o el divorcio, el aborto o la eutanasia, cualquier modificación de la relación con la Iglesia católica o el empujón para el final de ETA, el matrimonio igualitario o la memoria histórica.
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Colón 2 ha supuesto la apoteosis de las contradicciones de los españoles de bien. Una derecha dividida, que ni siquiera quiere hacerse un retrato junta, reclamando a gritos a la izquierda por la unidad de España. Y ante los autoproclamados constitucionalistas, la dirigente más pujante entre los presentes, Isabel Díaz Ayuso, interpelando al jefe del Estado por si se le ocurre cumplir la Constitución a la hora de firmar los indultos que decida el Gobierno de la nación en una o dos semanas. El sainete posterior de rectificaciones y contrarrectificaciones de la protagonista forma parte ya de la batalla interna por el poder, donde, por lo visto, tampoco hay límites. Ni el Rey. @PepaBueno