Desde hace 92 años, Margo Glantz tiene su cabeza en el futuro. Aún siendo una de las críticas literarias más respetadas de México, con una extensa obra dedicada a autores de la Conquista y del barroco español. Sus convicciones feministas, de enorme actualidad, surgen a la vez de tiempos remotos. Se dejan ver en sus ensayos sobre las figuras de Sor Juana Inés de la Cruz y la Malinche, a quien la Historia redujo a símbolo de la traición.
Su ser revolucionario y generoso puede que se explique por destino astral, con su Sol en Acuario, admite. O de la ambigua desilusión de su padre, emigrado en 1920 de Ucrania a México, con el nacimiento de sus cuatro hijas mujeres. Nacida el 28 de enero de 1930 en Ciudad de México, su “gran respeto por las mujeres” surge del “síncope” que le dio a su padre cada nacimiento sin varones. “Para mí fue importante ver qué significaba tener un cuerpo distinto al de los hombres. Qué significaba que lo minimizaran a una siempre”.
A propósito de su visita a Buenos Aires en el marco de la Feria de Editores (FED), que la tiene nuevamente como invitada estelar -ya estuvo virtualmente en el encuentro en 2020-, y donde presentará “Solo lo fugitivo permanece” (Cuenco de Plata), Glantz acepta desde su casa en México conversar sobre feminismo, literatura, religión y de su vínculo con Argentina. También, de su fascinación por las dentaduras (“una de las partes que por desgracia siempre está presente”), del sexo y el cuerpo (“voy visitando sus partes de a poco”). Y cómo, mucho antes de los 92, consiguió liberarse del amor. “Dejé de ser sumisa”, dice.
Los intentos por rebelarse comenzaron con la ropa, al ponerse pantalón “con una buena cremallera en la mitad del vientre”. Era algo impensado para una joven a finales de los 40. Su padre le dijo que parecía un hombre. No le importó. Ideas libres iban a encontrar alimento en ese conservadurismo judío familiar. “Lo judío es muy particular. La mujer es muy importante porque se es judío si se desciende de una madre judía. Su vientre es absolutamente definido. Por un lado, es un privilegio y por otro lado es una especie de denegación, porque uno solo puede tener hijos judíos”, cree. Al hablar, sus historias salen pausadas de su boca carmín, vitales y glamorosas, como las que comprime en Twitter, donde escribe a diario como una millennial.
Los intentos por rebelarse comenzaron con la ropa, al ponerse pantalón “con una buena cremallera en la mitad del vientre”. Era algo impensado para una joven a finales de los 40. Su padre le dijo que parecía un hombre. No le importó. Ideas libres iban a encontrar alimento en ese conservadurismo judío familiar. “Lo judío es muy particular. La mujer es muy importante porque se es judío si se desciende de una madre judía. Su vientre es absolutamente definido. Por un lado, es un privilegio y por otro lado es una especie de denegación, porque uno solo puede tener hijos judíos”, cree. Al hablar, sus historias salen pausadas de su boca carmín, vitales y glamorosas, como las que comprime en Twitter, donde escribe a diario como una millennial.
El judaísmo le dio pie a su segunda rebelión, casarse con un no judío: “Era muy poco común hacerlo. Tenía 20 años cuando me casé con mi primer marido. Por circunstancias especiales era circunciso, pero no judío”. Sus padres quisieron anular el matrimonio. Ella mencionó la circuncisión y ofreció que un integrante de la comunidad “examinara el miembro genital”. Preguntaron por qué era circunciso, Margo respondió: “Seguro tenía algo que ver con el Mesías”. Cuenta: “Yo era una descastada. Y así me miraban todos”.
Dueña de una obra por momentos inclasificable, capaz de adentrarse en fetiches o banalidades para alumbrar el meollo de un conflicto, el revés de su propia trama se explica en su origen; sus padres fomentaron su formación universitaria. “Cuando ingresé a enseñar en la Facultad de Filosofía y Letras había muy pocas maestras, pocas mujeres habían accedido a la enseñanza superior”. Sin embargo, debido a los vaivenes económicos, la familia no dudó cada vez que debió pedirle que ayudara en la pequeña zapatería familiar. “Cuando no había quién fuera a la feria, tenía que estar yo, aunque debiera faltar a la universidad”, narra.