Un partido que no defiende a los suyos no puede esperar que los ciudadanos confíen en él”. Es miércoles 7 de noviembre de 2018 y María Dolores de Cospedal (Madrid, 1965) incluye en su despedida de la política ese amargo reproche. El lunes había abandonado la ejecutiva del PP por el escándalo de los audios entre ella, su marido, el empresario Ignacio López del Hierro, y el comisario José Manuel Villarejo sobre el caso Gürtel y la posibilidad de investigar a Javier Arenas.
Pensaba que el gesto sería suficiente, pero la dirección del PP calificó de “inaceptable” su conducta y terminó renunciando también al escaño. Mariano Rajoy la había nombrado secretaria general del partido en el congreso de 2008, donde quiso enterrar el aznarismo y modernizar a la cúpula —Cospedal era entonces madre soltera por fecundación in vitro—. Y 10 años después, Pablo Casado, que le debía la presidencia de la formación, la dejó caer para desvincularse de “las vergonzantes prácticas del pasado”.
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La hija de Ricardo de Cospedal, uno de los impulsores del Partido Reformista Democrático, dejó la política dolida y lo sigue estando, según fuentes de su entorno. “Ella”, recuerda un veterano exdirigente del PP, “no tenía nada que ver con los casos de corrupción y detestaba a Luis Bárcenas, pero como secretaria general le tocó dar la cara por el partido”. Su enrevesada explicación de la “indemnización en diferido en forma de simulación” al extesorero la perseguirá a su pesar en todas las semblanzas. “Bárcenas”, añade este antiguo cargo popular, “sí tenía relación con Rajoy [evidenciada en aquel SMS del que se arrepintió públicamente, ‘Luis, sé fuerte’] y sobre todo con Javier Arenas, con el que compartía planta en la sede de Génova, pero no con ella”.
Otro exdirigente coincide en que Cospedal sufrió el desgaste por “casos de corrupción en los que no había intervenido”, pero añade que también endosó “el marrón” de ruedas de prensa incómodas a portavoces “a los que no daba información porque no se fiaba de nadie”. La secretaria general del PP recurrió, según los investigadores, a las cloacas del Estado para tapar la cascada de escándalos que erosionaban las siglas. “Era mi deber”, insistió en el comunicado en el que explica sus conversaciones con Villarejo, “para tratar de tener una visión más clara de lo que estaba ocurriendo”.