Marina Abramovic ejerce de mujer poderosa. Esta serbia de 74 años celebra su reciente Premio Princesa de las Artes con un discurso entre refractario y místico. La noticia del galardón le llegó mientras trabajaba en su estudio de Hudson, Nueva York, donde recibe a este diario por videoconferencia, rodeada de ordenadores y mesas de trabajo. Emprendió el camino hacia el estrellato gracias a un género, la performance, que toma el cuerpo como unidad artística. Formó su ingenio en los ambientes sesentayochistas de un Belgrado levantado contra el régimen de Tito, pero enseguida dejó su impronta de pionera en las principales instituciones culturales del mundo. Y de ahí, a la conquista del gran público.

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