Marine Le Pen necesitaba ánimos tras el descalabro del Reagrupamiento Nacional (RN) en las elecciones regionales de junio. Y los militantes y delegados del partido de extrema derecha, reunidos este fin de semana en un congreso en la ciudad catalanofrancesa de Perpiñán, también necesitaban una inyección de optimismo.
Más información
La jefa de RN fue reelegida casi por unanimidad en el cargo que ocupa desde hace una década. Y automáticamente se proclamó candidata a la presidencia de Francia en la primavera de 2022 en las que aspira a batirse con el actual presidente de la República, el centrista Emmanuel Macron.
La de 2022 será la tercera candidatura presidencial de Le Pen. Es posible que acuse el desgaste: el suyo, tras repetidas campañas perdedoras, y el de los franceses que mayoritariamente la ven con antipatía y desconfían de su competencia para dirigir una potencia atómica.
A los lepenistas les gusta recordar el antecedente del socialista François Mitterrand, quien intentó tres veces ser presidente y no lo logró hasta la tercera. En 2012 la jefa de RN, el antiguo Frente Nacional, no se clasificó para la segunda vuelta. En 2017 sí y perdió. Macron sacó un 66% de votos; Le Pen, un 34%. El año próximo, si ambos vuelven a ser los finalistas, la distancia será menor, según los sondeos.
En un discurso de 40 minutos en Perpiñán, Le Pen reafirmó la estrategia consistente en limar los tonos más radicales del mensaje y quitarse de encima la imagen de partido racista, autoritario, contrario a los principios republicanos y peligroso para Francia. Tras el fracaso en las regionales, hay dudas sobre si ha ido demasiado lejos en esta estrategia y ha acabado confundiéndose con la derecha tradicional.
“No hay vuelta atrás”, avisó Le Pen. “Con todo el respeto que tenemos por nuestra historia, no volveremos al Frente Nacional”, añadió, antes de cargar contra quienes, en su campo, “se sienten atraídos por la desmesura, las actitudes belicosas, las provocaciones juveniles”.
Le Pen reivindicó que sus ideas sobre la inmigración, la globalización, la laicidad, el islamismo, el papel del Estado de la economía, o la Francia de las pequeñas ciudades y pueblos olvidados por París hoy “son casi unánimemente compartidas”.
“Hay que pasar a la etapa siguiente”, añadió. “Hay que transformar esta victoria ideológica en victoria electoral, en victoria política”.