Las investigaciones sobre la corrupción del Qatargate, en el Parlamento Europeo , ha salpicado tangencialmente a Marruecos. El ministro de Justicia belga, Vincent Van Quickenborne, se ha limitado a confirmar las pesquisas en marcha junto con “socios extranjeros” (en referencia a otros servicios de inteligencia) sobre supuestas tramas urdidas desde “diferentes países”, sin citar ninguno en concreto. El político sí que aludió al intento de un Gobierno para influir en el acuerdo pesquero negociado por la UE con Marruecos, de acuerdo con lo publicado por el diario francés Le Monde.
En Rabat, el silencio oficial sobre las revelaciones aireadas por los medios europeos es absoluto. Solo unos pocos portales digitales se han hecho eco. El asunto no se trató el pasado viernes en la conferencia de prensa conjunta ofrecida por los ministros de Exteriores de Marruecos, Naser Burita, y Francia, Catherine Colonna, limitada por los organizadores a dos preguntas de periodistas de cada uno de los países. Ambos escenificaban el reencuentro diplomático entre los gobiernos de París, que hace 15 meses restringió drásticamente la concesión de visados a ciudadanos marroquíes, y de Rabat, al que las autoridades francesas acusaban de negarse a aceptar a sus migrantes clandestinos repatriados.
En una intervención sin aristas, la ministra Colonna se felicitó por el nuevo entendimiento y anuncio la “restauración de unas relaciones consulares completas” con Marruecos, así como una previsible visita del presidente Emmanuel Macron a Rabat en el primer trimestre de 2023. También reiteró ”la posición favorable” de Francia al plan de autonomía marroquí para el Sáhara Occidental.
La reconciliación entre ambas capitales, en la estela de la también alcanzada este año por Rabat con Berlín y Madrid sobre el mismo contencioso del Sáhara, es buena muestra de los últimos logros derivados de la estrategia de influencia exterior de Marruecos. A plena luz, a través de canales diplomáticos convencionales; en el claroscuro del soft power comercial o cultural, o en la sombra, mediante grupos de presión como los que operan de forma reconocida en Bruselas y Washington, Rabat ha sabido sacar partido de sus avances geopolíticos.
“Era necesario renovar y adaptar las relaciones bilaterales”, precisó el ministro Burita ante su homóloga francesa. “Marruecos ha evolucionado mucho en el plano interno, al mismo tiempo que ha reforzado su despliegue internacional y ha diversificado sus alianzas”, hizo valer sus bazas el jefe de la diplomacia marroquí. Era una clara alusión a la intensa proyección económica y política en África y, en especial, a la normalización de relaciones con Israel de la mano del reconocimiento por Estados Unidos de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, hace ahora dos años. “Desde entonces se han producido evoluciones fundamentales en países próximos a Francia”, remachó.
La Unión Europa es el origen del 53% de las importaciones de Marruecos y el destino del 66% de sus exportaciones. España ha desbancado a Francia como primer socio comercial. En la balanza bilateral hay otros factores. Ambos países precisan por igual de la cooperación marroquí para combatir la inmigración irregular y el terrorismo yihadista islámico,
Como ejemplo de una renovada entente, el foro celebrado el mes pasado en Fez por la Alianza de Civilizaciones, órgano de la ONU cofundado por el Gobierno español hace 17 años, fue escenario del nuevo clima de acercamiento entre España y Marruecos tras el fin de una etapa de desavenencias. El cónclave fue convocado por el exministro de Exteriores español Miguel Ángel Moratinos, que actualmente dirige la Alianza en Naciones Unidas. Además de contar con la presencia del actual titular de la cartera, José Manuel Albares, en las sesiones intervino el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero.
España abandonó este mismo año su tradicional postura de neutralidad en el conflicto en la excolonia del Sáhara para tomar partido por Rabat, al considerar su propuesta de autonomía “como la base más seria, realista y creíble” para la resolución del contencioso. La celebración de una cumbre bilateral hispano-marroquí, una reunión de alto nivel, está prevista en Rabat a comienzos de 2023, tras siete años sin haber sido convocada.
Pero mientras Marruecos recupera los vínculos con las dos expotencias que establecieron un protectorado en su territorio en la primera mitad del siglo XX, en su vecindario del Magreb y debido al conflicto del Sáhara Occidental, las relaciones se rompen, como con Argelia, o se congelan, el caso de Túnez. Argel respalda ―y da cobijo― al Frente Polisario, que persigue la independencia de la antigua colonia española. Túnez ha recibido con honores de jefe de Estado a su líder, Brahim Ghali, quien ordenó hace dos años la reanudación de las hostilidades militares contra las tropas marroquíes. Durante la cumbre de la Liga Árabe, celebrada el mes pasado en Argel, el ministro Burita trasladó al presidente de Argelia, Abdelmayid Tebún, una invitación del rey Mohamed VI para reunirse en suelo marroquí. El mensaje obtuvo la callada por respuesta.
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