Una despedida nos regalaron Martha Argerich y Daniel Barenboim; ella como solista del Concierto de Schumann, él a la batuta sobre el podio. Como consecuencia del diagnóstico médico de una grave enfermedad neurológica
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En pleno dominio de sus facultades físicas y mentales, este gigante de la música toma la determinación decisiva de su carrera, luego de más de 70 años de gloria, desde que debutó a los siete años de edad, precisamente con Martha Argerich en Buenos Aires, ciudad que los vio nacer y crecer como personas y como músicos en recitales dentro de salones porteños, conciertos transmitidos por radio y episodios igualmente históricos en el Teatro Colón.
La que quizá sea su última aparición en público juntos sucedió este fin de semana en la Philharmonie, sede de la Filarmónica de Berlín, y fue transmitido a todo el mundo a través de la Digital Concert Hall.
Martha y Daniel
Estas dos personalidades se cuidan mutuamente desde niños, se entienden tan sólo con mirarse y, si no se miran, se intuyen, se huelen, se perciben. Crean juntos el cosmos.
Cuando terminan el Concierto de Schumann, los aplausos nos traen de regreso al planeta Tierra. Los circunstantes en la sala de conciertos en Berlín exultan de alegría y asombro. Miles y miles frente a nuestras pantallas de televisión o laptops, nos unimos al festejo.
Triunfal
Maestro de los tempi, Daniel Barenboim dirige Brahms y todas las potestades se rinden ante él. Baja los brazos y deja a la orquesta respirar, en esa apariencia que brindan los grandes maestros de la dirección cuando parece que la orquesta está tocando sola.
Sobre el podio, Daniel es un volcán, Zeus dominante de un sonido brutal, un mar embravecido al que se lanzan los centauros, las hadas y las sirenas. El l’istesso tempo del segundo movimiento no es sino una preparación para el gran final de la sinfonía, donde el coro de violas gime, los alientos-madera rugen y todo es ahora un sistema de planetas girando a velocidades sorprendentes.
Cuando Barenboim indica la coda final, el público en las butacas y a distancia en sus pantallas en muchos rincones del orbe levitamos. Brincamos de felicidad.
Daniel recibe flores y las reparte a las damas integrantes de la orquesta. Toma los manojos de finas flores de igual manera que los guerreros griegos hacían con guirnaldas y laureles en el campo de batalla.
El maestro Daniel Barenboim libra la batalla con atronadora gloria. Triunfa, como siempre ha hecho y como siempre hará.
Larga vida, oh, maestro.
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