El ruido que acompaña al Gobierno Bolsonaro en Brasil es a menudo tan ensordecedor que resulta fácil que las dos mujeres pasen desapercibidas. Aunque ambas han sobrevivido a los frecuentes y tormentosos relevos ministeriales. Las dos únicas ministras que Jair Bolsonaro nombró hace tres años siguen ahí, men sus puestos, centradas en la misión encomendada a cada una. La ministra de Mujer, Familia y Derechos Humanos, la evangélica Damares Alves, y la de Agricultura, Tereza Cristina Dias, son dos pilares clave del Gobierno porque representan los intereses de sendos colectivos importantes en el Brasil actual y cruciales para Bolsonaro en su intento de ser reelegido.
Abrir nuevos mercados
Como una hormiguita, ha ido cerrando acuerdos por aquí y por allá para abrir nuevos mercados a nuevos productos y expandir las exportaciones. En lo peor de la pandemia, se aseguró de mantener el mercado interno abastecido de insumos y de no quitarse la mascarilla en público pese al discurso de su jefe.
Y aunque su defensa de los intereses agrícolas y ganaderos está por encima de cualquier otra consideración, Dias es consciente del peso político del medioambiente en la relación comercial con la Unión Europea. En sus discursos suele recalcar la importancia de la sostenibilidad y de que el sector dé pasos hacia una transición para mantener su cuota del mercado internacional. El plan de la Comisión Europea de vetar de sus mercados las materias primas de áreas deforestadas es muy problemático para Brasil, donde la tala ilegal alcanza el récord en 15 años.
El ultraderechista y antifeminista Bolsonaro
Echó mano del estilo que le caracteriza en su primer 8 de marzo al frente de un Gobierno repleto de corbatas: “Por primera vez en la vida, el número de ministros y ministras está equilibrado en nuestro Gobierno. Tenemos 22 ministerios, 20 hombres y dos mujeres. Solo un pequeño detalle: cada una de estas mujeres que están aquí equivale a diez hombres. La garra de ambas transmite energía para los demás”.
Sus gobiernos han sido todos supermasculinos. Y supermilitarizados, tanto que los miembros de origen castrense han superado y por mucho a las mujeres en los consejos de ministros brasileños. Ahora mismo suman ocho hombres salidos de las Fuerzas Armadas (sin contar al presidente) frente a las dos ministras. La secretaria de Estado encargada de las relaciones con el Congreso, Flávia Arruda, carece del protagonismo que tienen la pastora y la ingeniera agrónoma.
El Gobierno refleja con mayor intensidad la escasez de mujeres en la política brasileña
pese a las cuotas, que los partidos burlan, y al precedente de Dilma Rousseff, presidenta entre 2011 y 2016. Rondan el 15% en todos los niveles, desde parlamentarias federales hasta las alcaldesas y concejalas.
Los evangélicos, un colectivo que en Brasil no deja de ganar fieles, considera a la ministra Alves una buena sierva de Dios preocupada por la familia tradicional y la mayoría conservadora. Combatir la violencia doméstica, los abusos infantiles, defender la abstinencia sexual para prevenir embarazos juveniles y enfermedades de transmisión sexual o las personas discapacitadas son los principales ejes de su desempeño como ministra.
Con la gestión de Alves como escaparate, cumplida la promesa de nombrar “un juez terriblemente evangélico” y el apoyo de los jefes de las principales Iglesias protestantes. Bolsonaro pretende retener el voto de un colectivo que suele movilizarse en bloque. No obstante, el desastre de la gestión gubernamental de la pandemia y el carpetazo a investigaciones de corrupción —asunto importante para los más religiosos— y la crisis económica han mermado su apoyo entre este colectivo. Entre los evangélicos abundan personas que ascendieron a la clase media y que ahora sufren un fuerte retroceso.
Por eso son un caladero de votos de lo más jugoso, motivo por el que el resto de los aspirantes a la Presidencia como Lula da Silva o Sérgio Moro se muestran exquisitos en su trato a los más creyentes y no pierden ocasión de lanzarles guiños.
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