Beppe Grillo (Génova, 72 años) tiene estos días un aire a viejo payaso triste y crepuscular. El cómico más influyente de las últimas décadas en Italia ya no hace gracia ni provoca aquel magnetismo visionario con sus ideas. Y puede que el de estos días, como en aquella película de Federico Fellini (Ginger y Fred, 1986) donde dos viejos bailarines se reencontraban para su última y patética actuación, haya sido el show final antes del desmembramiento de la criatura política que empezó a forjar en 2007 alrededor de un blog. El cómico, de un desbordante instinto para intuir siempre lo que quería oír su platea y transformar al público en incondicionales, ha provocado un terremoto esta semana al desacreditar al ex primer ministro Giuseppe Conte como nuevo líder del Movimiento 5 Estrellas (M5S) después de haberle elegido él mismo: “No tiene visión política ni capacidad de gestión”. Quiso romper una vez más, someter al resto y demostrar quién mandaba. Pero esta vez su legión de fieles no le ha seguido.
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Grillo se había apartado desde hacía tiempo de la primera línea política.
Después del éxito en las elecciones de 2018, cuando el M5S se convirtió en la fuerza más votada de Italia con un 33% de apoyo y logró formar gobierno con la Liga, el showman decidió ceder el liderazgo político al joven Luigi Di Maio (hoy ministro de Exteriores). El cómico se reservó el título de “garante” de la formación: una suerte de guía espiritual y propietario de la formación que había creado más de una década atrás. El M5S era el experimento político más extraño que había visto Europa. Pero las crisis, la fuga constante de parlamentarios, y el fracaso del liderazgo de Di Maio le obligaron a volver para poner orden. O eso interpretó él.
Los últimos meses han sido duros. También en casa. Su hijo se encuentra a la espera de un juicio por una presunta violación en grupo a una chica en su casa de Cerdeña. Grillo desapareció un tiempo. Y luego quiso ayudarle defendiéndole en un histriónico vídeo hace algunos meses. Lo hizo a gritos, poniendo groseramente en duda la versión de la chica, también la investigación judicial. Y solo empeoró las cosas. “Desde entonces no ha vuelto a ser el mismo”, explica una persona que solía tratarle y recuerda a un hombre que llegó a ser “una fuerza de la naturaleza” y que salía de los encuentros políticos disfrazado con un casco de astronauta.
Humor variado y radical
El cómico genovés se curtió en sus comienzos con un humor variado y radical en la televisión. En 1986, cuando ya era un showman reputado, fue despedido de la RAI por un chiste sobre los socialistas y Bettino Craxi, que entonces presidía el Consejo de Ministros. “Si en China son todos socialistas, ¿entonces a quién roban?”, soltó simulando una conversación entre el entonces primer ministro y un asesor. La televisión pública -eso él ya debía saberlo- no admitía este tipo de bromas. Pero el despido terminó haciéndole un favor a Grillo, que empezó a buscarse la vida con espectáculos en teatros y salas de fiesta.
La línea ya no se separó de los temas públicos, la política, las grandes empresas que manejaban Columna Digital o el constante ataque a los periodistas (como en su actuación de San Remo en 1989). Eran los tiempos de las grandes quiebras, como Parmalat, y los escándalos de corrupción que provocaban enormes casos judiciales y suicidios. Sus ideas ya rozaban entonces un cierto anarquismo. Era vehemente y algo dictatorial con quien tenía alrededor, aseguran quienes le conocían. Pero Grillo cultivó una imagen de sí mismo próxima al estereotipo de genio loco. Y logró hacer de su incoherencia su mejor tarjeta de visita.