El muralismo chileno y mexicano comparten un profundo compromiso social, aunque sus orígenes y trayectorias son notablemente distintos. El muralista y diseñador teatral chileno Alejandro “Mono” González, uno de los fundadores del movimiento brigadista en Chile, destaca que en su país esta expresión artística surge de las bases, con una visión de construcción social, en contraposición a las estructuras institucionales. Este enfoque fue fundamental en los años sesenta para apoyar al gobierno de Salvador Allende, buscando empoderar y movilizar a la población.
Recientemente, González viajó a México como parte de la delegación de la Universidad de Chile en la Feria Internacional del Libro de las Universidades (Filuni), donde tuvo la oportunidad de crear murales en la UNAM, colaborando estrechamente con estudiantes de la Facultad de Artes y Diseño. Este encuentro refuerza la conexión cultural y artística entre ambos países, resaltando el legado del muralismo como un medio de comunicación visual y un vehículo para la protesta.
González, quien ayudó a coordinar los esfuerzos de brigadistas en Chile durante la formación de la Brigada Ramona Parra en 1968, recuerda cómo en aquellos años no existían encargos para murales a menos que fueran por concursos o invitaciones. La Brigada Ramona Parra se enfocaba en la creación de “arte político urbano”, llenando los muros chilenos con consignas a favor de Allende, como el famoso “Venceremos”. Este movimiento fue esencial para generar un gran conglomerado que buscaba un cambio político significativo bajo el nombre de Unidad Popular.
El contexto cambió drásticamente con el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, que desató una brutal represión. Los murales, que representaban una nueva cultura de izquierda y progresista, fueron sistemáticamente borrados por la dictadura para eliminar cualquier rastro de disidencia. Sin embargo, el arte encontró formas de resistir; murales clandestinos surgieron en iglesias y organizaciones sociales, constituyendo un símbolo de lucha contra la opresión.
La temática de estos murales durante la dictadura se centró en los derechos humanos, los detenidos desaparecidos y la resistencia ante la represión. Estas obras sirvieron como un medio de comunicación y un recordatorio de la lucha por la dignidad y la justicia, convirtiéndose en baluartes de esperanza y fortaleza para aquellos que sufrían bajo el régimen.
Recientemente, González recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas 2025, un reconocimiento a su obra y a la historia del muralismo en Chile. Este galardón, según el artista, es un homenaje a un arte que ha sido menospreciado por la academia, surgiendo de las luchas sociales y las protestas. Para González, el premio simboliza el reconocimiento de un movimiento histórico que ha perdurado desde la era de Allende hasta la actualidad.
A pesar de su avanzada edad, el muralismo sigue vivo en Chile, con una nueva generación de artistas que se unen a las brigadas. González se prepara para regresar a su país y continuar creando murales, incluido uno en el aeropuerto de Santiago. Además, viajará a Estados Unidos para una exposición en las galerías del Consejo de las Artes de Dublin, Ohio, mientras su labor en Chile se expande, incluyendo un mural para el Ministerio de la Mujer.
La importancia del muralismo radica no solo en su estética, sino en su poder como herramienta de comunicación y activismo social, un hilo conductor que une diversas generaciones y movimientos, recordando a la sociedad la fuerza del arte en la lucha por la justicia y la igualdad.
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