La vida de Salvador Castillo (1938-2019) se distingue por su pasión por el arte y la cultura, así como su compromiso con la preservación del Centro Histórico de la Ciudad de México. Desde su llegada a la capital a los 2 años, acompañando a su familia, se vio inmerso en un entorno vibrante y diverso. Su padre, Álvaro Castillo, un audaz comerciante de abarrotes, y su madre, Margarita Torres, maestra y procedente de una familia similar, moldearon su infancia en una casona del siglo XVII en la Merced, un barrio ecléctico repleto de influencias de diversas culturas y lenguas.
Desde niño, Castillo mostró una sensibilidad especial hacia el arte, alimentada por lecturas de Emilio Salgari y visitas a murales en el Palacio de Bellas Artes. Esta conexión con su entorno histórico lo condujo a una vida dedicada a la preservación del patrimonio cultural de México. A los 17 años, tras la muerte de su hermano mayor, se hizo cargo del negocio familiar, expandiéndolo y logrando innovaciones que superaron las expectativas de su familia. Fue fundamental en la creación de la Central de Abasto de la Ciudad de México, lo que consolidó su influencia en el comercio de alimentos.
En 1980, dio un paso trascendental al restaurar la histórica "Casa de la acequia", un espacio que se convirtió en un refugio cultural al albergar el Ateneo Español de México y otras iniciativas importantes. Salvador se opuso a la erradicación de vendedores ambulantes, entendiendo sus necesidades y proponiendo alternativas antes de considerar formas de desplazamiento. También mostró un compromiso humanitario creando un espacio educativo para los hijos de vendedoras ambulantes en su oficina.
El arte formó parte de su vida a través de su colección de cerámica novohispana y antigüedades, que fue creciendo a medida que se relacionaba con artistas y coleccionistas destacados. Sus vínculos con los artistas Chávez Morado, Olga Acosta y Carmen Parra, así como con historiadores como Miguel León Portilla, enriquecieron su acervo cultural. Con el tiempo, formó una de las colecciones más significativas de gráfica de viajeros europeos del siglo XIX que documentaron la historia de México.
Entre sus tesoros destaca una segunda edición de Los desastres de la guerra de Francisco de Goya y obras de renombrados artistas mexicanos, incluyendo a José Gómez Rosas y Juan O’Gorman. Su generosidad y dedicación dejaron una huella imborrable en la comunidad y en aquellos que tuvieron el privilegio de conocerlo.
La relevancia de su legado se hace palpable en su compromiso inquebrantable con la cultura y la justicia social. Salvador Castillo vivió y murió en el centro de su amada ciudad, dejando un impacto duradero en la historia de México.
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