Benjamín Netanyahu, el primer ministro que más tiempo ha gobernado en Israel, parece resistirse a abandonar la residencia oficial, en la calle Balfour de Jerusalén, como si fuera el palacio de un rey, después de 12 años de mandatos consecutivos. Los usos institucionales le conceden algunas semanas de plazo para mudarse sin agobio a alguna de sus propiedades —en el mismo acomodado distrito de Rehavia o en la primera línea de mar de Cesarea—, tras la constitución de un nuevo Gobierno de amplia coalición el pasado domingo. Pero en lugar de permanecer en Balfour como invitado temporal del nuevo inquilino, el ultranacionalista Naftali Bennett, Netanyahu ha seguido recibiendo visitas oficiales como si aún siguiera en ejercicio del cargo.
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“Es prematuro despedirse de Netanyahu ahora. Su salida no es irreversible, y seguirá siendo muy activo en la oposición”, apunta el analista e historiador Meir Margalit. “La impresión general es que volverá pronto y más reforzado”, pronostica. La caída del primer ministro era buscada por la oposición, que le ha desafiado en cuatro elecciones desde 2019, pero ha desconcertado a la derecha israelí.
“No han sido los negocios, es decir, la ideología: ha sido algo personal”, corrobora Yehuda Shaul, cofundador de la ONG Rompiendo el Silencio, de veteranos del Ejército, ahora al frente de un instituto de análisis. “El cesarismo, su obsesión por ocupar el poder para siempre”, argumenta, “le ha llevado a asesinar políticamente a quienes le han retado desde su propio campo del centroderecha”.