Han hecho falta más de seis años de trabajos, pero la Neue Nationalgalerie, la obra icónica de Ludwig Mies van der Rohe en Berlín, ya está lista para volver a albergar la colección de arte del siglo XX de los Museos Estatales. El edificio, inaugurado en 1968, ha sido restaurado por el arquitecto británico David Chipperfield conservando todos los elementos originales que no estuvieran dañados y respetando al máximo el diseño original. El museo no abrirá sus puertas hasta agosto, con una exposición de Alexander Calder, pero las obras están terminadas y en cuanto la pandemia lo permita –parte del ocio, la cultura y la restauración en interiores siguen cerradas en casi toda Alemania– unas jornadas de puertas abiertas permitirán a los berlineses comprobar el resultado de la minuciosa restauración de 140 millones de euros.
Nada parece haber cambiado en el edificio, concebido como una especie de templo: sobre un enorme zócalo de piedra se levanta una estructura de vidrio con una cubierta de acero rectangular apoyada solo en ocho pilares que apenas se perciben porque dejan libres las esquinas. La piel de vidrio consigue que el templo, una sala diáfana, parezca sostenerse sin esfuerzo y confundirse con el paisaje exterior. Después de más de cincuenta años de su inauguración, muchas de esas láminas de vidrio estaban rotas, los marcos oxidados y entraba humedad, explicó Michael Freytag, arquitecto del estudio de Chipperfield en Berlín, durante una vista con periodistas a finales de abril. A primera vista, tampoco se percibía que el hormigón de la base estaba deteriorado ni que el museo ya no cumplía con los requerimientos técnicos y de seguridad de cualquier edificio moderno.
David Chipperfield asegura que en ningún momento sintió la tentación de alterar el diseño original de Mies van der Rohe. “Es un gran monumento de la historia de la arquitectura. Nuestra labor era restaurarlo, no representarnos a nosotros”, comenta por teléfono desde su casa de Corrubedo, A Coruña, donde ha pasado buena parte de la pandemia. “El edificio no se estaba cayendo, y superficialmente parecía estar bien, pero después de cincuenta años se había deteriorado mucho”, explica. Le sorprendió el mal estado del hormigón y cómo la condensación, muy alta a temperaturas exteriores inferiores a cuatro grados, había afectado a los cristales y a los marcos. “La fachada no se diseñó para los inviernos berlineses”, dice.
Tras la intervención, a la vez extensa y quirúrgica, el edificio es un museo autónomo, destacó Freytag, con todas las funciones y los servicios necesarios. Los únicos cambios de estructura se han producido en la parte inferior, en el zócalo donde volverá a alojarse la exposición permanente con obras expresionistas, cubistas y surrealistas. Han cambiado de sitio el guardarropa y la tienda, que ahora ocupan el espacio del antiguo depósito. El nuevo almacén se ha construido ganando terreno bajo la terraza. Todo lo demás se ha mantenido como estaba. Más de 30.000 piezas (losas del pavimento, baldosas de los pilares, mobiliario…) fueron desmontadas, inventariadas y vueltas a colocar tras su restauración. Todo lo que estaba dañado fue sustituido, como los vidrios, que viajaron desde China en contenedores porque solo allí se encontró un fabricante capaz de producir láminas de la anchura necesaria. Los originales se habían fabricado en la antigua Checoslovaquia.
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