Día Mundial del Suelo de 2022 se estableció por la Asamblea General de Naciones Unidas en 2014, con la intención de crear conciencia de la importancia de este recurso esencial para la vida humana en el planeta y que demasiado a menudo damos por descontado.
El suelo es la cuna de hasta el 95% de los alimentos que se consumen en el planeta. Es un elemento clave para nuestra supervivencia, pero no le prestamos atención porque creemos que, como el aire o el agua, es algo que siempre va a estar ahí y que se renueva sin problemas, pero no es así. Según datos de la ONU, solo la salinización, inhabilita cada año 1,5 millones de hectáreas de tierras agrícolas.
Se estima que en 2050 necesitaremos producir un 60% más de alimentos para alimentar a la población mundial. Sin embargo, el aumento de la temperatura del planeta y los fenómenos asociados a ella, como la pérdida de biodiversidad, la salinización y otros, hacen que la capacidad de producción de alimentos disminuya. Por cada grado que aumente la temperatura de la tierra, esa capacidad disminuirá en al menos un 5%. Además, la agricultura y la ganadería no solo sufren el cambio climático, sino que contribuyen a su existencia con alrededor del 11% de las emisiones globales de gases invernadero.
Estos datos son la base de la conclusión principal de la Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios de Naciones Unidas en 2021: dichos sistemas alimentario, están en crisis y necesitan una profunda reforma para hacerlos sostenibles.
Para la reforma de los sistemas alimentarios necesitamos una voluntad política que se tiene que traducir en inversiones que posibiliten el cambio, como la financiación a investigaciones que permitan desarrollar una agricultura natural y orgánica que haga un uso cuidadoso y sostenible del suelo.
Esa nueva agricultura, que los técnicos denominan agricultura climáticamente inteligente, será también una agricultura más resiliente a turbulencias económicas y sociales. Además, sería menos dependiente de los fertilizantes sintéticos elaborados a fase de nitrógeno y fósforo.
Semillas mejoradas
Investigación científica como el CGIAR posibilita desarrollar desde semillas mejoradas a nuevos métodos de cultivo y buenas prácticas que contribuyan a cuidar de la salud de los suelos y garantizar así la resiliencia y la sostenibilidad de los sistemas y actores agroalimentarios.
Pero para que estas innovaciones científicas se conviertan en proyectos concretos, prácticos y aplicables, y que trasciendan del laboratorio a la granja, es crucial crear cadenas de transmisión del conocimiento científico que sean sólidas y en las que no le falte ningún eslabón, es decir: ningún socio.
Eso quiere decir que el trabajo de las instituciones científicas tiene que estar conectado con las organizaciones de productores, el sector privado, la academia y, sobre todo, los gobiernos, que pueden determinar que una buena práctica agrícola o una semilla mejorada esté al alcance de cualquier agricultor gracias a programas de políticas públicas. Necesitamos esa cadena para cuidar efectivamente de nuestros suelos y garantizar que la seguridad alimentaria es un derecho efectivo para todos y no un privilegio para unos pocos.
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