Tras el fallecimiento de Benedicto XVI se estipula en el protocolo que para darle su digna sepultura indica el convencional papal que deben guardarse nueve días de luto. Pero el último papa fallecido, Juan Pablo II, murió el 2 de abril de 2005 y fue enterrado el 8 de abril. Es decir, se acortó el rito en tres días y fue, precisamente, el decano entonces del colegio cardenalicio, Joseph Ratzinger, quien ofició el funeral y el encargado de administrar la sede vacante. La principal diferencia es que, en este caso, no se producirá ningún proceso para elegir al siguiente papa.
El papa Francisco es el encargado de tomar las decisiones oportunas sobre el protocolo que debe seguirse. Pero diversas fuentes señalan que desde hace años se preparaban en el Vaticano las novedades litúrgicas del funeral. La clave es distinguir que no se trataría de una ceremonia papal al uso, sino de un pontífice emérito. En este caso, se ha decidido que el cuerpo se exponga durante tres días en la basílica de San Pedro. Aún no está claro dónde será enterrado: dependerá del testamento que haya dejado escrito Ratzinger. Lo normal, sin embargo, es que suceda en San Pedro, como la mayoría de pontífices. El último papa que no fue enterrado en la basílica, de hecho, fue Pío IX (gobernó desde 1846 a 1878), ya que pidió descansar en el Cementerio del Verano, junto a la basílica de San Lorenzo Extramuros (Roma).
La renuncia de Benedicto XVI en 2013 abrió una incógnita legal y litúrgica que la Iglesia resolverá ahora de forma práctica. Durante los últimos años ha habido un gran debate sobre si debía regularse definitivamente para terminar con todas las dudas que genera. De nuevo, como cuando dio un paso al lado para que Francisco fuera finalmente elegido papa, será la muerte de Ratzinger la que marque también el paso legal de esta transformación.
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