Durante el año pasado las economías de países emergentes sufrieron dos episodios de salidas súbitas de capital. Pero, a diferencia de lo que ocurrió en ocasiones anteriores, esta vez han soportado la tormenta. ¿Se ha logrado finalmente la contención de los riesgos asociados a los flujos de capital que por largo tiempo han acosado a autoridades desde Brasilia hasta Seúl?
En marzo de 2020, la propagación del COVID-19 propició una salida repentina y masiva de flujos de capital desde economías emergentes. Un segundo éxodo, de menor magnitud, siguió al incremento de los rendimientos de los bonos de Estados Unidos a principios de 2021. En el pasado, una volatilidad así en los flujos de capital ha dañado el crecimiento y, en ocasiones, detonado crisis financieras. Pero esta vez las economías emergentes se mostraron resilientes. Esta resiliencia está sustentada de manera clara en los enormes estímulos que las autoridades monetarias y fiscales aplicaron en todo el mundo, particularmente en las economías avanzadas. Pero también es un reflejo de las mejoras en los sistemas financieros y políticas macroeconómicas de los países emergentes, y de la efectividad de las herramientas disponibles en la actualidad para gestionar los riesgos asociados con los flujos de capital.
Recientemente co-dirigimos un informe publicado por el Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés) destacando que la recepción de flujos de capital puede traer beneficios significativos. Estos pueden impulsar la inversión, la productividad y el crecimiento, así como mejorar la estabilidad financiera a través de la diversificación de fuentes de financiación y aceleración del desarrollo financiero. No obstante, el informe también enfatiza que la recepción de flujos de capital puede traer consigo riesgos importantes. Esto es especialmente cierto para las economías que dependen más del capital extranjero y con sistemas financieros menos regulados y con altos niveles de endeudamiento, los cuales son menos resistentes a los choques. Los flujos de entrada de capitales también pueden contribuir a una asignación de recursos subóptima y resultar en sobrecalentamiento, amplificar contagios transfronterizos y, cuando se revierten de manera súbita, infligir daños económicos significativos.
Si bien estos riesgos no son nuevos, los cambios en la composición de los flujos de capital han modificado la forma en que se manifiestan: viejos riesgos vestidos con ropa nueva, podría decirse. Desde la crisis financiera de 2007-09, cada vez más capital extranjero se transfiere a través de fondos de inversión y otras inversiones de cartera. En varios países, la inversión de cartera ha sobrepasado a los bancos como la mayor fuente de financiación externa. También se ha expandido el número de bancos e inversores basados en economías emergentes y los inversores del sector público juegan un papel mayor en los mercados de capital internacionales. Además, el uso extenso de estrategias financieras y fiscales por parte de las empresas multinacionales ha distorsionado la inversión extranjera directa, que históricamente ha sido el tipo de flujo de capital más estable.
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