La oposición colombiana tiene la posibilidad de llegar al poder en las próximas elecciones de mayo de 2022, pero puede perder de nuevo ese bus si sigue como va. Es decir, si sigue actuando bajo el síndrome de Peter Pan, resistiéndose a crecer y a madurar y malgastando sus energías en atizar peleas internas en lugar de utilizarlas para ver cómo se une y derrota al uribismo.
La primera vez que la oposición tuvo la oportunidad de derrotar en las urnas al uribismo fue hace cuatro años, pero la victoria se les escapó de entre los dedos. Su inmadurez le impidió llegar unidos a la segunda vuelta. Sergio Fajardo, el candidato de la coalición del centro no apoyó al exalcalde Gustavo Petro en la segunda vuelta y decidió llamar a sus electores a que votaran en blanco, con el argumento de que votar por Petro iba contra sus principios. Mientras la oposición se dividía, el uribismo se unía en torno al candidato escogido por Uribe. A pesar de que la oposición tenía claro que estaba en juego el futuro del acuerdo de paz y el tránsito del país hacia la paz, pesaron más sus divisiones y sus egos.
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Por cuenta de esta decisión, el uribismo volvió al poder a hacer trizas el acuerdo de paz, como lo había prometido en su campaña. Reinstauró sus dogmas hechos a la medida de su caudillo, el miedo como núcleo de la política y sus privilegios. Sin embargo, la función esta vez les salió mal. Luego de tres años de gobierno de Ivan Duque Columna Digital ha entrado en un limbo del que no sabemos cómo vamos a salir. El desempleo aumentó a dos dígitos, la pobreza está en 42%, el dólar va a llegar a cuatro mil pesos, la desigualdad se incrementó y las masacres y los asesinatos a líderes sociales que, pensábamos, nunca iban a volver, están de nuevo tocando a nuestra puerta. En solo este año llevamos contabilizadas más de 50 masacres.
Este descalabro ha hecho que una gran mayoría de colombianos responsabilice al uribismo de esta debacle y que esté pidiendo un cambio de rumbo. El apoyo a Uribe y al uribismo han decaído a cifras inimaginables y varias encuestas indican que hay cerca de un 85% de colombianos que dice que va a votar en las próximas elecciones por un candidato que se oponga al uribismo.
Ese dato coincide con el reclamo que se oyó en las protestas de los jóvenes, quienes no solo salieron a las calles a pedir un mejor futuro, sino a exigir un cambio de gobierno porque están hasta la coronilla de que se le ponga trabas a la política de restitución de tierras, de que se pretenda manipular la memoria histórica para salvar al uribismo de su pasado, de que se favorezcan a las grandes corporaciones mientras intentan hacer reformas que van en contra de los más afectados por la pandemia, pero, sobre todo, de que no sean siquiera escuchados en estos reclamos y que la respuesta sea siempre el señalamiento. Creen que los están devolviendo al pasado.
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En resumidas cuentas: están dadas todas las condiciones para que haya un cambio de poder en Colombia. El único problemita que tenemos es que hoy la oposición anda más interesada en sacarse los ojos entre ellos que en ver cómo se convierte en una alternativa de poder frente al uribismo.
Sin darnos cuenta estamos volviendo a repetir la historia de las elecciones pasadas y todo indica que la oposición no aprendió la lección, porque pasan los años y no se le ve que madure ni que supere sus caprichos. Tiene todas las de ganar porque nunca el uribismo había estado tan débil ni tan de capa caída. Sin embargo, hoy la oposición está más dividida que antes. En esa encrucijada estamos.
En la actualidad la oposición está liderada por dos grandes figuras igualmente recias: la alcaldesa Claudia López del partido Verde y el exalcalde de izquierda Gustavo Petro. A pesar de que en el pasado hicieron política juntos, de que estuvieron en alianzas y de que votaron muchas veces en el Congreso del mismo lado, hoy no se pueden ni ver. Han roto todos los puentes que los comunicaban y se han declarado la guerra. Petro le ha hecho más oposición a Claudia que al uribismo y Claudia no se ha quedado atrás.