La idea de que las religiones, y el cristianismo en particular, se oponen a la legalización del aborto, se ha extendido a lo largo de los años, sin embargo, en la historia han existido personajes, que han formado parte de la iglesia y han tenido una opinión distinta sobre él.
Entre los años 305 y 324 d.C., el Concilio de Elvira que era una serie de leyes impuestas por obispos, presbíteros y diáconos, estipulaba que si el aborto se realizaba por consecuencia de un adulterio, debía ser castigado, pero si el aborto se realizaba dentro del matrimonio, era permitido.
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Por su parte, el obispo Agustín de Hipona mejor conocido como San Agustín y quien fuera el máximo pensador del cristianismo del primer milenio, consideraba que un embrión no tenía alma hasta el día 45 después de la concepción.
En su escrito “Suma Teológica” y teniendo como referencia las obras de Aristóteles, las cuales aseguraba que eran compatibles con la fe católica, Santo Tomás de Aquino señalaba que que un embrión no tiene alma sino hasta después de varias semanas de embarazo, cuando el feto comenzaba a adquirir forma humana.
La postura de Santo Tomás la Iglesia la adoptó en 1312 gracias al papa Clemente V, quien convocó al Concilio de Vienne, un concilio ecuménico que suponía un reforma eclesiástica pero con la llegada de los microscopios, los científicos los hicieron cambiar de parecer.
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Dicha postura fue la que finalmente reinó a partir de ese momento en la Iglesia Católica y que condenó al aborto desde entonces.
Pese a que la religión ha fijado su postura en contra del aborto con el paso de los años, el campo de la filosofía, con autores como James Raches, han desacreditado a la iglesia por sus cambiantes opiniones que parecen responder a la conveniencia del
“La tradición eclesiástica, así como las Escrituras, es reinterpretada por cada generación para apoyar sus propias opiniones morales. El aborto es sólo un ejemplo”.