Los trabajadores y la maquinaria pesada que los acompañaba llegaron al pequeño municipio burgalés de Poza de la Sal en septiembre de 1928, año en el que unos meses antes, en marzo, había nacido allí el reconocido naturalista y documentalista Félix Rodríguez de la Fuente. El pueblo, situado a unos 50 kilómetros de la capital de la provincia, tenía entonces unos 1.700 habitantes (ahora suman 274). La intención de aquella tropa era construir la línea férrea que uniría Santander con el Mediterráneo (y que nunca se terminó). Al abrir el terreno, se toparon con unas enormes estructuras pétreas que les impedían avanzar. El arqueólogo burgalés Julio Martínez Santa-Olalla, entonces estudiante, asistió impotente a cómo los obreros destruían los cimientos de los edificios y elementos urbanísticos que encontraban a su paso. El joven, ayudado por un párroco y otras personas, logró rescatar piezas que hoy pueden verse en museos como el de Burgos. Ahora, tras casi un siglo y después de tres años de prospecciones magnéticas, ortofotografía, análisis de georradar tridimensional y empleo de tecnología láser LiDAR, el equipo que dirige la arqueóloga Esperanza Martín ha localizado en ese lugar la gran ciudad romana de Flaviaugusta, que vivió su esplendor entre los siglos I y IV. Sus estructuras perviven asombrosamente cerca de la superficie. La excavación de la urbe está prevista para el próximo septiembre.
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Santa-Olalla, que llegó a ser el gran factótum de la arqueología nacional durante el franquismo, redactó un informe con sus hallazgos: una necrópolis con cientos de estelas en forma de casa, “únicas de esta clase encontradas en el imperio romano”, calles, instalaciones industriales, un foro y edificios públicos y privados… Ahora, la memoria técnica En busca de Flaviaugusta. Campaña 2020 resuelve los enigmas que asaltaron entonces al joven estudiante.

El primer testimonio de esta ciudad romana con raíces indígenas ―se fundó en territorio autrigón, junto al yacimiento identificado con Salionka― fue del escritor y embajador veneciano Andrea Navagero durante un viaje que hizo acompañando a Carlos V en 1528: “Encuéntrense allí algunas piedras antiguas con inscripciones y se ven parte de los muros de un templo antiguo todavía en pie, y aún se descubre una inscripción que indica que el templo y la inscripción estaban dedicadas a un dios llamado Suttunio”. El lugar era conocido en la comarca como cerro del Milagro.
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