Colmena
Alberto Ramírez Rivera
Desde tiempos remotos hasta la actualidad, el “saber” mentir ha permitido a muchos jefes de Estado mantenerse en el poder.
Es innata su capacidad de mostrarse con “disfraz de oveja” y “pico de oro” para engañar y, de esta forma, lograr más poder político-económico.
Esos gobiernos embusteros, con el síndrome de Pinocho, logran beneficios personales y de grupo, como gabinete, partido político o camarilla.
Es una regla entre ese tipo de mandatarios que en política sobrevive el más apto en el embuste, o sea, el que más hace creer que lo que dice y hace es la verdad.
Por ejemplo, es un hecho que gobernantes fingen ser benévolos por enarbolar las banderas de socialismo y comunismo.
Con ello, no sólo se hacen fama de mentirosos, sino de ignorantes, pues no saben con qué se “comen” esos conceptos.
Desconocen qué es ser socialista o comunista; llevan cuestas una ignorancia que dan pena ajena, pues leer y comprender a Carlos Marx y otros ideólogos no es tarea fácil.
De acuerdo con la psicología moderna, las personas que mienten en exceso, como esos jefes de Estado, padecen el trastorno psicológico llamado mitomanía.
Con base en el área del psicoanálisis, enfocada en el aspecto médico, un mitómano o mentiroso compulsivo tiene ciertas características.
Menciono algunas y advierto que, cualquier semejanza con algún jefe de Estado, es mera coincidencia.
Prevalece en ellos el narcisismo; por ello, hacen alarde de sí mismos; siempre quieren quedar como héroes o víctimas, pero nunca ser harán responsables de un problema creado por ellos.
La autoestima a bajo nivel les hace mentir para encubrir sus acciones negativas; con ello, pretenden conseguir admiración, atención y halagos.
Echan mano de la grandilocuencia con un discurso exagerado que les facilita expectación y admiración, aspectos que siempre les han funcionado.
La recurrencia la llevan a efecto para relacionarse con las personas; esta es constante y aparece como mentira en extremo.
Llega un momento crucial en que creen en sus propias falsedades, lo cual no les permite distinguir entre lo cierto y falso.
A lo anterior se pueden sumar sus fantasías, como si se hubieran quedado en una etapa del desarrollo infantil; prefieren quedarse en el mundo de mentiras y no en el real.
Llevan a cabo la seducción en potencia; es así que la forma de relacionarse es con bromas y el “tonteo”, a fin de sentirse atractivos y atrayentes.
Si se les confronta con la realidad, reaccionarán de forma agresiva y tratarán de buscar mecanismos para compensar la mentira.
Utilizan las falsedades al extremo para pasarse por el “arco del triunfo” el derecho de los demás por conocer la verdad.
Finalizó con lo escrito por Vladimir Galeana Solórzano en un artículo de La Crónica: “El México que todos queremos conservar no puede estar en manos de un sujeto afectado de su contacto con la realidad, y aunque sea una tarea cuasi imposible, los mexicanos de todas las latitudes debiéramos solicitar, mediante un ejercicio plebiscitario, conocer la profundidad de sus afectaciones psíquicas”.
Obviamente se refiere al caso del presidente Andrés Manuel López Obrador. Remata: Una iniciativa ciudadana de este tipo podría ser positiva antes de que nos alcance el desastre.
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