El reconocimiento del presidente ruso, Vladímir Putin, de la independencia de las regiones ucranias de Donetsk y Lugansk, autodenominadas repúblicas por los separatistas prorrusos, sitúa la crisis abierta en torno a Ucrania en un escenario nuevo en el que, sin duda, existe un mayor riesgo para que se desate la violencia. Putin no ha tomado esta decisión de forma espontánea, ha seguido la hoja de ruta marcada por la Cámara baja rusa. Esta era precisamente una de las vías de posible escalada de tensión, en paralelo al despliegue militar.
La decisión llega cuando más cuestionados están los acuerdos de Minsk, que en 2015 sellaron un alto el fuego en la región. El objetivo era que Ucrania diera mayor autonomía a esta región con un nuevo estatus, pero ni esto se logró ni desapareció la violencia. Con este nuevo movimiento político, en el mejor de los casos, Rusia está dando un nuevo tirón en su negociación con armamento pesado y volver a las fronteras de seguridad de la Guerra Fría. El objetivo, que la OTAN retroceda en el crecimiento en su vecindario. Aunque la crisis ha subido un escalón y está más cerca de las armas que de la política, Rusia o, más bien Putin, mantienen la de cal y la de arena, porque pese a todo, no rechaza todavía sentarse cara a cara con Estados Unidos y cerrar un nuevo acuerdo.
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