“Si llueve, a lo mejor tenemos que abrir el paraguas”, dijo la secretaria del Tesoro. “¡Dios mío, está pronosticando una lluvia torrencial!”, gritaron aterrados los expertos. Bueno, eso no es exactamente lo que dijo Janet Yellen el martes. Sus palabras exactas fueron: “A lo mejor los tipos de interés tienen que subir un poco para asegurarnos de que nuestra economía no se recalienta”. Su comentario no fue un pronóstico, y ciertamente no fue un intento de influir en la Reserva Federal, era simple sentido común.
Aun así, no debería haberlo dicho. La tradición dicta que la principal autoridad económica del país no debe pronunciar siquiera las verdades económicas más obvias, aunque sea una economista de primera, no sea que se interpreten como señales de… algo. Y los medios financieros se apresuraron a declarar que su comentario constituía un desvío escandaloso respecto a la línea oficial de la Administración de Biden.
Por suerte, el furor ha sido efímero y, como sucede con estas cosas, el momento de sinceridad de Yellen no ha sido para tanto. Las expectativas que el mercado tiene de la política monetaria futura, reflejadas en los tipos de interés a largo plazo, no parecen haberse movido un ápice en los últimos dos meses. Pero el calentón de los medios de comunicación formaba parte de un fenómeno más amplio: muchos analistas no parecen ser capaces de poner en perspectiva los baches y las incidencias pasajeras de una economía en expansión.
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