En 1984, mientras preparaba su exposición antológica para el Museo Rufino Tamayo, el reconocido pintor mexicano Alberto Gironella organizó una peculiar sesión fotográfica en su casa de San Ángel, en la Ciudad de México. El fotógrafo Rogelio Cuéllar, quien ya lo había retratado desde el segundo Festival Cervantino de 1973, fue el encargado de capturar la escena.
Según relata Cuéllar, Gironella le pidió fotografiar un cuadro de un desnudo que había pintado de Patricia Ortiz Monasterio, entonces directora de la galería OMR. Aunque en un inicio el fotógrafo mostró poco interés por retratar una obra pictórica, el artista lo convenció con una propuesta inesperada: realizar una sesión en la que Patricia, junto con las actrices Ofelia Medina y Sandra Racotta —pareja de Gironella—, posarían desnudas junto al cuadro, con el propio pintor en el centro de la escena.
La sesión, que inició alrededor de las seis y media de la tarde, transcurrió en un ambiente informal, entre bebidas, conversación y humor. En el estudio de Gironella, rodeado de óleos y con un colchón en el piso, las musas jugaron frente a la cámara, mientras Cuéllar capturaba imágenes que describió como “divertidísimas”.
Antes de iniciar la sesión central, Cuéllar tomó un retrato de Gironella en el quicio de una puerta, inspirado por el estilo del fotógrafo estadounidense Arnold Newman. La imagen resultante, según sus palabras, reflejó la “corporeidad” y “presencia” del artista, con una mirada “muy penetrante”.
Como gesto final, Gironella ofreció a cada participante una pierna de jamón serrano, colgadas en ese entonces de las vigas de su biblioteca. “Es una para cada uno de ustedes”, les dijo. Cuéllar recuerda con humor que, a diferencia de otras ocasiones en las que sus hijos le pedían dinero a cambio de su trabajo, esa vez llegó a casa con una pierna de jamón como recompensa.
La anécdota refleja el carácter excéntrico y generoso de Gironella, así como la intimidad y complicidad que mantenía con sus colaboradores del medio artístico.
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