En la actualidad, el debate sobre las políticas adecuadas para abordar la relación comercial con China, especialmente en el ámbito de la tecnología y la inteligencia artificial, toma un giro crítico. Uno de los puntos centralizados en estas discusiones es la dificultad de establecer qué productos representan un verdadero riesgo para la seguridad nacional y cuáles son esenciales para el comercio empresarial. Según testimonios de especialistas, mientras que la Casa Blanca propugnaba por restricciones amplias, el Departamento de Comercio abogaba por un enfoque más específico. Así lo expresó Gina Raimondo, secretaria de Comercio, subrayando que las medidas implementadas eran efectivamente “baches” en el camino hacia la contención de China.
A pesar de esta tensión, la administración continuó con su estrategia, impulsada por líderes como Chhabra, cuyo compromiso y habilidad burocrática fueron determinantes en la definición de una estrategia centrada en la tecnología de chips. Chhabra enfatizó la importancia de los controles de exportación como herramienta esencial para la seguridad nacional de Estados Unidos y su liderazgo en inteligencia artificial, argumentando que la tecnología estadounidense no debería facilitar que adversarios desarrollen capacidades adversas.
Esta situación ha dado lugar a un entorno de debate interno entre los funcionarios, donde la discusión fundamental no gira en torno a si se debe limitar a China, sino cómo hacerlo: ¿a través de restricciones amplias o medidas más específicas que permitan cierta flexibilidad comercial? Este dilema ha resultado en un enfoque adaptativo, donde tras la primera ronda de controles implementados en octubre de 2022, la administración Biden determinó que era necesario endurecer aún más las restricciones.
Por ejemplo, se prohibió a Nvidia vender su chip de entrenamiento de inteligencia artificial más avanzado a China, lo que llevó a la compañía a desarrollar un chip específico para el mercado chino, desafiando los límites de las normas existentes. En respuesta, la administración intensificó sus controles en octubre de 2023 y diciembre de 2024, cerrando lo que se percibían como agujeros en las regulaciones.
Sin embargo, un aspecto crítico de esta estrategia es la colaboración internacional. Para tener éxito, Estados Unidos necesita el apoyo de países como Japón y los Países Bajos, ya que la fabricación de semiconductores requiere maquinaria y software de alta precisión. Si Estados Unidos prohibiera la venta de equipos a China, pero otros países continuaran comerciando, esto perjudicaría a las empresas estadounidenses y permitiría a China mejorar su capacidad de manufactura.
La administración Biden, consciente de esta necesidad, buscó inicialmente la cooperación de estos países aliados. No obstante, ante la falta de acuerdo inmediato, decidió avanzar unilateralmente, implementando controles en 2022, con la certeza de que esto podría afectar negativamente a las empresas estadounidenses. Posteriormente, realizó esfuerzos para convencer a Japón y los Países Bajos de unirse a esta estrategia, argumentando sobre el peso futuro de la inteligencia artificial en el ámbito militar. Este enfoque logró resonar con los funcionarios aliados, quienes vieron el valor en retrasar el avance tecnológico de un adversario como China.
La complejidad de estos movimientos estratégicos resalta la delicada intersección entre la economía global y la seguridad nacional, retratando un paisaje donde las decisiones políticas son cruciales para el futuro de la tecnología y el equilibrio de poder global.
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