Tan insultantemente superior estaba siendo Rafael Nadal, que tras uno de esos golpes invertidos que suele regalar de vez en cuando se oyó una ligera carcajada de incredulidad en la tribuna de la Chatrier: manos a la cabeza, no puede ser. ¿De verdad la ha puesto ahí? ¿Y así? Es Nadal a toda máquina, enchufado. Un león desenjaulado después de pasar todo el día encerrado en el hotel, cuando la fecha no es una cualquiera. El balear, ya en la tercera ronda al superar a Richard Gasquet por 6-0, 7-5 y 6-2 (en 2h 14m), celebra su 35º cumpleaños y, hombre de tradiciones y rutinas, quiere hacerlo bien. Esto es, quiere ganar en París.
En todo caso, la situación es completamente novedosa: es de noche, domina el silencio y en la central no hay un solo aficionado en los asientos. Se escucha todo, desde el sonido gaseoso que producen los botes de las pelotas al abrirse hasta el roce de las zapatillas de los tenistas con la arena; el crujido de la bola al impactar en la red, o el chirrido de una bisagra mal engrasada. Cualquier detalle.
El sonido que produce el impacto del cordaje de Nadal contra la pelota se multiplica y desde los exteriores del complejo entran con fuerza los sonidos de las sirenas de la policía y las ambulancias, tan típicos de París, sea la hora que sea. Un día, hace no tanto, la Chatrier era un territorio salvaje. Gritos, decibelios, fragor. Hoy, todo es distinto. Un maravilloso escenario anestesiado.
A la memoria de ambos jugadores viene aquel día de 1999 en Tarbes, cuando tenían 12 añitos y se encontraron por primera vez en Les Petits As. Entonces venció Gasquet, que repetiría tres años después en el challenger de San Juan de Luz y era, se pensaba, el gran talento de esa generación. No se acertó en el vaticinio, aunque uno y otro han tenido una carrera próspera; legendaria en el caso del mallorquín, muy respetable la del galo. Ahora, uno debate por ser el grande entre los grandes y el segundo está ya de vuelta. 17-0 en los cara a cara.
El revés a una mano de Gasquet (53º en la lista de la ATP) sigue siendo delicioso, pero su tenis da de sí lo que da de sí. Esta vez incomodó a Nadal en el segundo set, pero nada más. El español liquidó el primero en 27 minutos y después de salir airoso del acoso en la continuación, cerró con autoridad el tercer acto. De nuevo, el campeón de 20 grandes ofreció un buen nivel, solvente en todos los apartados.
Su primera intervención en la sesión de noche –inaugurada el lunes por Serena Williams, y en la que también han intervenido Novak Djokovic y Daniil Medvedev– fue tan sólida como extraña a la vez. La organización ensaya con la franja de máxima audiencia de cara al futuro y el partido entró en el laboratorio. En cualquier caso, ya sea de día o de noche, con 33, 34 o 35, Nadal es el mismo de siempre. La historia acabó felizmente bien y este sábado seguirá puliendo detalles en el cruce con el británico Cameron Norrie.