A diferencia de otras celebraciones, adornadas de rugidos, show y gestos liberatorios, Novak Djokovic festejó este último éxito en Roland Garros desde la mesura.
El número uno, de 34 años, regaló su raqueta a un niño que había estado apoyándole desde la grada durante la final contra Stefanos Tsitsipas –”ha estado todo el partido en mi oído, haciendo de entrenador: ¡Mete la bola dentro!”– y después elevó el trofeo de campeón sin artificios.
A continuación, se marchó al vestuario para festejar su 19º grande en la intimidad –a uno de Rafael Nadal y Roger Federer–, junto a los miembros de su equipo, sus familiares y algunos allegados, y posteriormente se dirigió a la sala de conferencias. Allí transmitió un mensaje directo: su obra no solo no está acabada, sino que le queda mucho trabajo por delante.