Ryan Murphy no llegó a tiempo de salvar su reino. Cuando el gigante de Chicago consiguió imprimir velocidad a sus palas, mover su cuerpo de cien kilos por el agua y acelerar en el segundo largo para volver más rápido y presionar la placa de meta en la final de 100 espalda, descubrió que todo estaba perdido: la medalla de oro, la reválida del título olímpico que conquistó en Río, y la supremacía de Estados Unidos. Después de una sucesión de seis Juegos Olímpicos de liderazgo ininterrumpido en esta prueba, los estadounidenses cedieron el poder. El nuevo ocupante de la parte más noble del podio fue el ruso Evgeny Rylov, el flaco de Novotroitsk que, a sus 24 años, obtuvo el premio más grande a una carrera señalada por la pertinacia desde edad juvenil. Gracias a este provinciano, Rusia volvió a ganar un campeonato olímpico de natación por primera vez desde 1996.
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El triunfo de Rusia fue doble. Porque a Rylov le acompañó su sucesor, el formidable Kliment Kolesnikov. Ambos entraron en la carrera como flechas. Sonó la bocina de salida y Rylov en la calle dos, Kolesnikov en la cuatro y Murphy en la cinco se sumergieron para cubrir los primeros 15 metros permitidos de buceo. Murphy emergió antes. Esto no solía ser lo habitual. Hasta los Juegos de 2016, nadie dominaba mejor que los estadounidenses el nado ondulatorio subacuático. Kolesnikov dio una exhibición de diez patadas. Rápidas, cortas, potentes, proyectaron su cuerpo flexible y largo hacia la superficie para comenzar a ganar una ventaja que el estadounidense ya no podría recuperar.
El moscovita imprimió una frecuencia de brazadas superior e hizo el viraje en 24,90 segundos. A ritmo de récord mundial. Su compatriota en la calle dos pasó seis centésimas más lento. Los dos encabezaron la prueba y se disputaron el oro en un mano a mano inaudito. Un acontecimiento histórico para la natación de Rusia, que vive un periodo de esplendor bajo el impulso gubernamental que Vladímir Putin da a los deportes y gracias a la financiación privada.
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En este apartado interviene el misterioso millonario Konstantin Grigorishin, seductor de las grandes figuras de la natación mundial con premios que no paga ni la FINA, organizador de la International Swimming League y fundador del Energy Standard, el club que recluta a algunos de los mejores nadadores eslavos, entre los que se cuentan Rylov y Kolesnikov. Asistidos por entrenadores de todo el mundo, los elegidos alternan concentraciones en Moscú y Turquía, ganan prestigio, dinero, y unas posibilidades de adiestramiento y roce competitivo que antes no tenían si no emigraban a Occidente.
Ágiles, ligeros, elásticos, flotando con el ángulo más eficiente, las piernas como hélices bajo el agua sin apenas tocar la superficie y el torso elevado para ofrecer la mínima resistencia, los dos rusos avanzaron hacia la última pared firmes a la cabeza del pelotón. Por una uña no batieron el récord mundial de Murphy en Río. Entonces, el estadounidense activó su poderoso motor para regresar volando en 26,58 segundos. En Tokio, no alcanzó a despegar. Sus 26,93s del segundo largo se quedaron cortos. Todo se decidió entre rusos y fue en el último metro. Se impuso Rylov, el de menor estatura, 1,85, bajo los 80 kilos, enjuto, huesudo y muy ágil para doblarse y meter la mano el primero haciendo un escorzo con el brazo y el hombro. Tocó la placa en 51,98s. Kolesnikov en 52,00s y Murphy en 52,19s.
El doblete de Rylov y Kolesnikov devolvió a la natación rusa a la cúspide después de casi tres décadas. La última vez que Rusia ganó un título olímpico en natación en línea fue en los Juegos de Atlanta en 1996, cuando Alexander Popov se impuso en los 100 y 50 libre mientras que Denis Pankratov se colgó el oro en 100 y 200 mariposa.