15.30, hora de Tokio, siete horas menos en España. En el circuito de Fuji, Tom Dumoulin toma la salida de la contrarreloj de los Juegos Olímpicos. El ciclista holandés vuelve a competir después de decidir, a principios de año, que no soportaba más el estrés de tener que ganar siempre, que no vivía, que su vida le pesaba una tonelada.
En primavera, con su novia, se acercó a ver carreras en las cunetas, le volvieron a entrar ganas de competir de nuevo. Está en los Juegos, cree que recuperado, y da sus primeras pedaladas en el momento justo en el que Associated Press lanza un comunicado de la Federación Estadounidense de Gimnasia informando de que Simone Biles no defenderá el jueves su título de campeona olímpica del concurso completo individual, el título máximo al que puede aspirar una gimnasta, debido a un problema de salud mental.
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No se cumplirán las expectativas mediáticas, que antes de competir le habían adjudicado ya a Biles la victoria, tanta es la diferencia que le separa de las demás gimnastas del mundo.
No se convertirá en la heredera de la soviética (ucraniana) Larysa Latynina (Melbourne 1956 y Roma 1960) y de la checa Vera Caslavska (Tokio 64 y México 68, cuando la represión soviética de la Primavera de Praga), las dos únicas gimnastas que en la historia olímpica repitieron victoria en dos Juegos.
“Apoyamos de todo corazón la decisión de Simone y aplaudimos la valentía que ha tenido al poner por delante su bienestar”, termina el comunicado de la federación, en el que se anuncia la elección de la mejor gimnasta de la historia al día siguiente de retirarse de la final por equipos después de sentirse perdida en el aire en el salto del potro. “Su coraje muestra, una vez más, por qué es una referencia y un modelo para tantas personas”.
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Ganadora de cuatro medallas de oro y una de bronce en Río 2016, a los 19 años, Biles, que ha revolucionado la gimnasia femenina en el fondo y en la forma, llegó a Tokio como favorita para ganar hasta seis medallas más. Su segunda retirada, a la que seguirán, probablemente las de las cuatro finales por aparatos de los próximos domingo, 1 de agosto (potro y asimétricas), lunes 2 (suelo) y martes 3 (barra de equilibrio), la convierte en el símbolo más extraordinario, junto a la crisis en Roland Garros de la tenista Naomi Osaka, de la desmesura a la que ha llegado el deporte de competición con sus campeones, y todos ellos necesitan a su alrededor un equipo de psicólogos y psiquiatras para sobrevivir.
Rebeca Andrade, la gimnasta brasileña que se convierte en favorita para suceder a Biles en el palmarés, explicaba recientemente que necesita ayuda de una psicóloga desde que tenía 13 años y que cada lesión era casi una razón para sufrir una depresión y para desear acabar de una vez con la práctica deportiva. Desde 2013, año en que Biles, con 16 años, ganó su primer Mundial, y siguió ganándolo todo después, ninguna gimnasta ha estado cerca de ser campeona del mundo u olímpica. Andrade, o Lee, o la rusa Angelina Melnikova, puede ser el heraldo de la nueva era.
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El velocista de 100m norteamericano Trayvon Brommell se rompió el tendón de Aquiles corriendo los relevos en la final de Río 2016. Salió del estadio en una silla de ruedas. “En 2018”, dos años después, cuenta, “no veía razones para querer seguir vivo. Llegué al deporte pensando que me salvaría la vida y lo perdí todo. Estaba rodeado de oscuridad. Era una sombra para el mundo”. Brommell es en Tokio 2020 el principal favorito para suceder a Usain Bolt en el palmarés olímpico de los 100m.
Antes de extraviarse en su salto el martes por la noche, Biles escribió en Instagram que pensaba que el peso de todo el mundo descansaba sobre sus hombros y que era muy duro soportarlo. Después de ver, quizás, en el aire, volando, lo que era su vida, Biles tomó una decisión extraordinaria y valiente, la de no seguir perjudicando a su equipo, que finalmente ganó la medalla de plata derrotada por Rusia.
“No puedo seguir. No estoy en el espacio mental necesario”, les dijo a su entrenadora, Cecile Landi, y al médico del equipo, revela el New York Times. “No estoy lo suficientemente centrada mentalmente para ejecutar mis ejercicios con seguridad”. Alcanza tal altura y tal velocidad en sus acrobacias que un mínimo error puede costarle a Biles una mala caída y una grave lesión. Después de terminada la final, Biles contó que desde el comienzo de los Juegos se había sentido cada vez más estresada y que en las horas previas a la competición temblaba tanto que no pudo ni echarse una siesta para relajarse.