Los maltratos que sufrió Sinéad O’Connor cuando era niña por parte de su madre y que narra en sus memorias turban al lector. “Soy la niña que llora de miedo el último día antes de las vacaciones de verano. Tengo que fingir que he perdido el palo de hockey porque sé que si lo llevo a casa mi madre me golpeará con él todo el verano. Aunque tal vez prefiera el atizador de alfombras. Me hará desnudarme, me obligará a acostarme en el suelo y abrirme de piernas y brazos, a permitirme golpearme con el mango de la escoba en mis partes íntimas”.
Sinéad O’Connor (Glenageary, Condado de Dublín, 54 años) tenía comprometida esta semana una entrevista con este diario para hablar de Remembranzas. Escenas de una vida complicada, su libro de memorias que se publica en España el 21 de junio (Libros del Kultrum). Unos días antes la cita se suspende. “No está bien”, apuntan desde la editorial. A las pocas horas escribió un texto en su cuenta de Twitter informando de su retirada. “Este mensaje es para anunciar que ya no voy a hacer más giras y que me retiro de la industria de la música”. Jornadas después, dio marcha atrás: “Buenas noticias. Que se joda la retirada. Me retracto”.
Puede que tenga razón la cantante irlandesa. O’Connor tenía 19 años cuando comenzó a conocer a los tiburones de la industria musical, que vieron muchas posibilidades en una chica con una voz que parecía salida de las profundidades de un alma lastimada. Ella no cantaba: entonaba salmos sanadores. Todos intuían que era una criatura malherida, pero nadie quiso echarle una manta por encima. Al revés: la intentaron encauzar. Le exigieron que se dejase el pelo largo, que se vistiese con faldas estrechas, que se mostrase sexi. Ella respondió poniéndose pantalones y rapándose. Y fue esa rebeldía, justo cuando comenzó su carrera, lo que en realidad provocó su descarrilamiento. Porque no se permite a alguien ingobernable en un mundo de controladores.
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Durante su infancia y adolescencia desarrolló una rebeldía a la vez que una profunda fragilidad. Cuando cumplió 18 su madre murió en un accidente de coche. Ya podía volar sin yugos. A mediados de los ochenta se metió a grabar su primer disco. La producción final no le gustó. Intentaron convencerla de que los arreglos celtas le harían vender más.
La cantante repasa sus incomprendidas decisiones profesionales para un entorno que no acepta de buen grado las disensiones. Rechaza ir a recoger premios ante el enfado de la industria. “Soy una punk, en el sentido de que soy una gamberra, no una estrella del pop”, escribe. Uno de sus argumentos para no participar en ceremonias es denunciar los abusos a menores.
Se explaya con el incidente de la foto de Juan Pablo II. Afirma que lo hace para denunciar los abusos de la Iglesia. La imagen del Papa que rompe ante las cámaras pertenecía a su madre, devota. Cada decisión que toma en aquella época provoca rechazo. También entre compañeros de profesión.
Las memorias acaban con un epílogo/carta al padre, que todavía vive. En ella le exculpa tanto a él como a la madre de sus problemas mentales. Dice que nació con “una anomalía cerebral derivada del ADN de los O’Grady” (la rama materna), que se acentuó al sufrir un accidente con 11 años cuando esperaba en el andén del tren y un niño que viajaba en él abrió la puerta antes de que el vagón parara y golpeó violentamente en la cabeza de la cantante. Y concluye, con humor a pesar de todo: “Por lo tanto, aunque hubiera tenido por padres a san José y a la Virgen María y se hubiera criado en la Casa de la Pradera, tu hija seguiría estando más loca que una cabra y desquiciada como una regadera”.